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Por decirlo de manera diplomática, vivimos tiempos confusos. Y confusos estamos de rebote sus protagonistas, que transitamos por ellos sin brújula. Sostiene el cineasta y escritor Rodrigo Cortés que «la vida no es arreglable porque la vida no es un problema», y añade que ... no hay solución al respecto, preguntándose: «¿Puede resolverse la muerte? Si el mundo es un enigma que descifrar, ahondar en su arcano no implica desactivarlo, o no necesariamente, o no siempre, aunque apetezca sentir la indignación del niño que cree que todo ha de ser de su talla o tener, si no, apaño». Cierto. Pretendemos afrontar mediante una conducta infantil situaciones de gravedad, compromisos de adultos responsables. El fácil lamento de terraza o tuit sustituye a la toma de decisiones ejemplares, empezando por las del poder democrático y continuando, vía comportamiento, con las de cada cual. Nadie vendrá de otro planeta a resolver los males que nos aquejan. Superman no existe, es ficción.
Ningún héroe acudirá en auxilio de una sociedad cómoda que hace agua, en la que predicadores del tres al cuarto sustituyen a la tradicional formación cultural/intelectual de base, destinada a no caer en el fatal pozo de la ignorancia y la manipulación más obvia. Los numerosos apologistas de lo irrelevante que soportamos a diario, por no tener no tienen ni gracia. Ya quisieran ser como aquel genial charlatán que animaba las ferias de Santiago en Santander llamado León Salvador, as del verbo teatral, capaz de venderles frigoríficos a los esquimales. Considerando cómo están pinados los bolos, seguro que con él tampoco saldríamos del laberinto, pero al menos reiríamos a mandíbula batiente. El humor siempre fue, es y será una huída de la realidad.
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