Secciones
Servicios
Destacamos
De un tiempo a esta parte, bien por la pandemia, la digilitización o simplemente por el devenir natural de la vida, el panorama ciudadano va cambiando a marchas forzadas.
Sin apenas darnos cuenta todos aquellos elementos que formaban parte de nuestra vida cotidiana -edificios, tiendas, ... gentes, incluso costumbres- van desapareciendo vertiginosamente, de tal forma que a veces no nos da tiempo a asimilarlo y nos deja un poco descolocados en nuestra identidad ciudadana.
Llegados a este punto, tiramos de archivo de memoria, cosa inevitable con la edad, y nos damos cuenta que las tiendas de alimentación, las de los barrios, o sea, 'los puestucos' son, por no decir escasos, anecdóticos.
Los nombres eran muy curiosos y en muchos casos alusivos al comercio de ultramarinos, palabra muy descriptiva y que hace referencia al comercio que Santander desarrollaba con las colonias: La Isla, El Archipiélago, La Cubana, La Fama, La jaula de Oro... Los dueños eran tratados de usía, el señor tal o doña cual, y conocían a toda su 'parroquia'. El trato era personalizado y daba lugar a una relación muy estrecha, sobre todo a fin de mes cuando las familias llegaban 'mocos', esto es, a dos velas. Las cuentas se hacían en el mármol del mostrador o, en su defecto, en el papel de estraza. Si escaseaba la guita el sistema era a 'la fía'.
Hoy en día, aunque son escasos, todavía quedan algunos de estos 'supervivientes' que vocacional y heroicamente resisten el huracán digital. Empezaremos por La Hermida, en Menéndez Pelayo. Encantadora tienda que data del año 1900 y que en la actualidad es regentada por los hermanos Gloria y Tomás, nietos de las fundadores, el Sr. Rufino y la Sra. Pepa. Hay que destacar la pasión vocacional de estos dos hermanos, que dejando sus respectivos trabajos decidieron seguir con la tradición de sus ancestros, llevando el negocio con un trato familiar hacia el cliente, que unido al selecto producto, hacen que este lugar sea digno de elogio y visita.
No lejos de allí, en el Río de la Pila, tenemos la Tienduca de Puri, casi esquina con San Celedonio. También son Lucía y Mario, dos jóvenes que sienten la profesión de tenderos. Este local formó parte de los siete con que llegó a contar la calle y que aún resiste.
A apenas doscientos metros de allí, en la entrañable calle del Arrabal, nos encontramos con Ultramarinos Juanjo. Esta ya tiene el empaque de un semi auto-servicio con productos muy cuidados y esmeradas frutas y verduras, lo que hace que su dueño esté a las cinco de la madrugada en pie de guerra para ofrecer lo mejor a su fiel y querida clientela. Debo confesar que cada vez que le visito me produce un bostezo de solo pensar a qué hora le salta el despertador. Me consta que cuenta los minutos que le quedan en el trabajo para tirar el reloj por la ventana.
Habría que mencionar otros tantos dispersos por lugares como Lope de Vega, San Fernando, Grupo Amaro, Floranes, Alta, etc. pero he dejado para el final uno que probablemente sea el único reducto de lo que eran las tiendas-bar. Se trata de El Burgalés, en la calle Madrid. Comenzó hace muchos años con el nombre de La Felipa, para que, en 1955, lo compraran Gregorio Díaz y Feliciano Pérez, continuando en la actualidad los hijos de Feliciano, Javier y su hermana.
El local se podría decir que era un lugar de reunión de los más diversos, curiosos y populares personajes de los ámbitos portuarios. Estibadores, cargueras, mozos, carreteros, pescaderas y 'chugais'. Todos pasaban por su mostrador en ordenado desfile horario, siendo desde muy temprana hora los trabajadores del muelle los que calentaban la caldera con carajillos y aguardientes. Mas tarde, eran las amas de casa las que acudían para aprovisionarse de condumio para la prole familiar. Al mediodía, corrían los blancos de solera y porrones de tintorro acompañados de todo lo que se pudiera meter entre pan: arenques, chorizo, pimientos que reposaban en tarros de vinagre, sardinas etc. A la tarde, después del trabajo, los 'chiquitos' de rigor y acaloradas disputas de todo tipo que daban lugar a más de una bronca. Al final, el Sr. Cíano ponía orden y todo quedaba en nada. Hoy en día, aún conserva ese ambiente costumbrista y es lugar de acogida de personajes variopintos que encuentran su espacio social lejos de una residencia o centro de día. Se sienten libres mientras el cuerpo aguante.
Intentemos que estos reductos de nuestra historia, no desaparezcan de nuestra vida para que sean lugares donde encontremos nuestra identidad y nunca tengamos que decir, ¡Que pena...! sin haber comprado algo en ellas, que en definitiva es como se mantienen.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.