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Unos de los momentos más peligrosos en las batallas de la Primera Guerra Mundial fueron los avances hacia el bando enemigo cruzando la denominada tierra de nadie. Allí los soldados, después de abandonar la seguridad de sus propias posiciones, se encontraban en la delicada situación ... de avanzar en un terreno desconocido bajo el fuego enemigo y en ocasiones también bajo el fuego amigo.
Cada vez tengo más la impresión de que en esta transición energética en la que estamos inmersos nos encontramos actualmente cruzando también una peligrosa tierra de nadie. Nos hemos dado cuenta de que ya no podemos estar más tiempo atrincherados detrás de los combustibles fósiles si queremos disminuir nuestro impacto medioambiental y para ello hemos quemado las naves del modelo energético que nos ha sostenido durante más de un siglo y que nos ha permitido llegar a los actuales niveles de desarrollo.
Pensar que dar este paso hacia adelante no iba a tener consecuencias entra dentro de lo utópico, por eso creo que es un buen momento para hacer recuento de bajas después de nuestras primeras incursiones en la tierra de nadie. Una de las consignas con las que hemos avanzado a pecho descubierto es la de que la transición energética no debe dejar a nadie atrás. En este momento creo que la pregunta debería ser más bien quién no se ha quedado atrás todavía. Familias, pequeños comerciantes, transportistas e industrias estamos sufriendo unas subidas sin precedentes de los precios de la energía con consecuencias penosas para muchas personas.
Esta situación es fruto de múltiples factores, unos más claros que otros, y achacarlo todo a imponderables como la guerra de Ucrania sería querer despejar el balón demasiado rápido. Es cierto que los cisnes negros existen y que nos han visitado unos cuantos últimamente, pero incluso los cisnes negros nadan en lagos que tienen sus características y que se pueden analizar.
Que Alemania haya basado su política energética en una casi exclusiva dependencia del gas ruso para huir de la opción de la energía nuclear ha creado el lago perfecto para que nuestro cisne se pose. Además, ha provocado el sinsentido de caer totalmente en las manos del gas de fractura hidráulica norteamericano, mucho más contaminante en su extracción y transporte, motivos por los cuales lo hemos prohibido en la Europa que será ahora una de sus grandes clientes. Para culminar la pesadilla hemos conseguido de paso que el carbón, al que querríamos ver ya desterrado, haya vuelto más reforzado que nunca, con consumos y precios jamás vistos con anterioridad. También es cierto que a veces estos cisnes negros crean de repente situaciones ventajosas para algunos. Aparte de la inesperada posición de proveedor principal de gas que Estados Unidos ha conseguido, España, gracias a sus seis regasificadoras y su escasa dependencia de Rusia, se encuentra ahora en una situación de claro privilegio de cara al nuevo reordenamiento del suministro de gas en Europa.
En otras ocasiones es más bien el fuego amigo el causante de las bajas. La creación de un mercado de emisiones de CO2 europeo, que penaliza nuestra producción frente al resto del comercio mundial, la consolidación de la moratoria nuclear o el desmantelamiento exprés de las centrales térmicas de carbón en España son varios ejemplos de tiros en el pie que hacen que ahora avancemos cojeando justo en uno de los momentos más delicados de esta transición energética.
Precisamente porque estamos convencidos de que una transición energética hacia un modelo medioambientalmente sostenible es necesaria e improrrogable, debemos actuar con extremada precaución y responsabilidad. Precaución para valorar de una manera sosegada, objetiva y técnicamente viable las diversas opciones que tenemos para llevar a cabo esta transición. Responsabilidad para no caer en la superficialidad de los titulares rápidos y en las soluciones aparentes.
Nuestra sociedad es experta en transformar los ideales en productos de consumo y es precisamente esto lo que estamos haciendo con conceptos como el de sostenibilidad. Que una gran empresa petrolífera anuncie que se va a descarbonizar tiene el mismo sentido que una multinacional de comida rápida de hamburguesas diga que será una cadena vegana. Podrán vender productos descarbonizados y menús veganos, pero sencillamente no está en su esencia el serlo y cuanto más lo digan más vaciarán de contenido los conceptos. No todas las empresas pueden ser verdes y sostenibles, y menos aun simplemente porque lo anuncien en los periódicos o lo pongan en su código de responsabilidad social corporativa.
No dudo del deseo real de cambio que se manifiesta cada vez más abundantemente, sólo digo que es preciso moderar el discurso para no vaciarlo de contenido y pasar del dicho al hecho de una manera realista, pragmática y verdaderamente sostenible. Si queremos una transición hacia un modelo más sostenible, los pasos intermedios han de serlo también y a la vista de los efectos que observamos parece que avanzamos por esta tierra de nadie de una manera extrañamente insostenible.
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