La tierra que pisamos
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Hay espacios que son como palimpsestos, territorios que guardan memorias olvidadas, casi borradas, engullidas por la maleza o enterradas de tanto pisarlas sin reparar en ellasEl palimpsesto es un soporte que alberga varias capas de escritura. Los antiguos, en su afán de economizar, borraban escritos que consideraban inservibles e inscribían sobre ellos nuevos textos. Esa práctica crea una imagen fabulosa: la escritura como cicatriz casi invisible en el papiro, en ... la piel del pergamino, la escritura sepultada que en cualquier momento podría revelar un secreto del pasado. El palimpsesto guarda la memoria de lo que en un momento fue importante y, por ello, escrito. Desechadas por un tiempo, las palabras quedan latentes en la piel antigua hasta que alguien las redescubre, ya sea intencionalmente o por casualidad. Nada desaparece del todo.
Hay espacios que son como palimpsestos, territorios que guardan memorias olvidadas, casi borradas, engullidas por la maleza o enterradas de tanto pisarlas sin reparar en ellas. Están ahí, esas memorias, pero no emergen fácilmente. Pienso en esto al contemplar, desde diferentes localizaciones, el espacio fronterizo y montañoso por el que transcurre, como una cicatriz, el río Bidasoa, desde el Baztán hasta la Bahía de Txingudi. Mientras mis botas de monte pisan fuerte por los senderos fácilmente accesibles y bien marcados, guiada por dos amigos que conocen bien la zona, imagino que mis botas se convierten en alpargatas, la fuerte luz de la mañana en noche cerrada, el camino señalado, ancho y sin peligro, en angosto sendero, la cháchara tranquila en angustioso silencio interrumpido de vez en cuando por un ruido de la noche (un ulular, un movimiento en la maleza), la ligereza de nuestros pasos en andar renqueante de cansancio porque llevamos horas caminando, días huyendo. ¿Huyendo de qué? Si bajamos desde Sare (Francia) hacia Oiartzun, somos tres personas que huyen del nazismo, igual judíos que ya no pueden continuar viviendo en Francia o tal vez seamos unos aviadores aliados caídos en territorio ocupado, intentando cruzar la frontera para así llegar hasta Gibraltar. Si hacemos el recorrido contrario, si nos dirigimos desde Oiartzun hacia Sare tal vez somos tres hombres que escapamos del Batallón de Trabajadores, tres de esos miles de prisioneros políticos de toda España que entre 1939 y 1942 trabajaron en la construcción de fortificaciones fronterizas y carreteras entre el valle de Roncal y Jaizkibel. Una de esas carreteras está entre Lesaka y Oiartzun y nosotros tres podríamos estar ahora, hace 80 años, intentando burlar a nuestros carceleros. Pero por qué quedarse en esta fecha, puedo remontarme a la Primera Guerra Mundial y ser parte de un grupo de contrabandistas pasando mulas para el ejército francés, o saltar a los años sesenta y estar huyendo porque nos han pillado repartiendo propaganda antifranquista. Si este territorio que ahora piso con curiosidad histórica hablara, poco tendría que decir de paseantes de fin de semana y mucho de personas en plena huida, de miedo, prisa, angustia, de necesidad, de pies deshechos, de la esperanza que nace al cruzar una frontera cuando se pretende dejar la pobreza, la persecución o el puro horror detrás.
Este territorio es un palimpsesto frondoso, de verdor fulgurante, sus montes no son demasiado elevados pero las inclinaciones son escarpadas, los barrancos de vértigo. Y el Bidasoa, la verdadera frontera, es un río traicionero y, en su momento, plagado de garitas de carabineros. Hasta el Bidasoa también llego con mis dos amigos. Es un día caluroso de verano, el río baja tranquilo. Nos acercamos a unos hombres que están intentando sacar un gran tronco para que los piragüistas no se encallen en él. Uno de los hombres está metido en el río. Le llega el agua hasta la cintura. Vaya porquería de río, podríamos pensar. ¿Y esto es una frontera? Lo ha sido y lo sigue siendo. Podría hacer un recuento de anécdotas históricas de personas a las que el río ha engullido en plena huida. Pero no me voy a remontar tanto, solo hasta el 18 de junio de 2022.
El sábado 18 de junio de 2022 apareció ahogado en el Bidasoa un joven de 25 años llamado Abderraman Bas. Venía desde Guinea, vía Lanzarote. ¿Se imaginan su odisea? ¿La cantidad de fronteras que tuvo que cruzar hasta meterse en las aguas de este río? Su cuerpo apareció más abajo, donde el río se ensancha, casi al final de su recorrido. No sabemos dónde intentó cruzar. Llegó a Lanzarote, cruzó las aguas del Atlántico y tuvo que venir a morir al Bidasoa. Con Abderraman son ya cinco, que sepamos, los jóvenes ahogados en poco más de un año intentando cruzar a Francia. Porque, les recuerdo, que para estos migrantes el río sigue siendo una frontera. De algunos de estos jóvenes se sabe nombre, edad y procedencia, como Yaya Karamoko, de 28 años procedente de Costa de Marfil o Abdoulaye Couilbaly, de 18 años que venía de Guinea Conakry. Luego está el caso de Sohaïbo Billa, de Costa de Marfil, que venía de trabajar en los campos de Almería y quería pasar a Francia, buscando una vida mejor. Hay otro cuerpo hallado en los últimos meses y no identificado. No puedo evitar volver a escarbar en la historia: los subsaharianos de hoy son los portugueses de los años 50 y 60. En aquellos años los portugueses huían del régimen de Salazar y de la pobreza. Cruzaban la frontera a Francia buscando libertad, igualdad y fraternidad, y un buen trabajo, nada de lo cual podían encontrar ni en su país ni en España. Cuentan por estas tierras que algunos llevaban consigo la caja de herramientas y un rosario en la mano y que se les veía cruzar casi en procesión por estos montes, de todos los que eran.
En este final de mes vacacional a saber dónde está leyendo usted esta página. No es mi intención amargarle el domingo, pero seguro que si remueve un poquito la tierra que pisa encuentra alguna historia que le habla de dolores antiguos, de persecuciones o de huidas. Qué no sabrán todos los caminos que atraviesan nuestros pueblos y ciudades, nuestras sierras y peñas, qué no habrán visto nuestros ríos y nuestras costas. Y a nada que mire a su alrededor podrá ver también que, para algunos, nuestro territorio sigue siendo hostil, nuestras fronteras reales. No hace falta subir hasta el Bidasoa para encontrar cuerpos sumergidos que han acabado ahí por buscar una mejor vida. Puede encontrarlos en muchos puntos de nuestra geografía, a nada que se acerque un poquito a la costa. Por ejemplo, una sola mirada al Mediterráneo intentando ver lo que alberga su fondo puede suponer un encontronazo con el mismísimo horror.
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