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ANÁLISIS ·
Siempre hay razones para el egoísmo nacional, pero no somos los más indicados para practicarlo con el gasEl gas es una materia prima de enorme importancia para el bienestar cotidiano de las personas -proporciona calor para las viviendas, agua caliente para los baños y fuego para las cocinas- y forma parte de una gran variedad de procesos industriales. Tiene mala prensa y ... los ecoprogresistas lo consideran digno de engrosar la lista de los combustibles fósiles destinados a desaparecer de nuestras vidas, aunque curiosamente, la propia Unión Europea lo haya incluido en la exclusiva lista de las energías verdes. El problema reside en que, por más que se le denigre, el gas resulta insustituible en el largo proceso de la transformación energética y descarbonización en el que estamos inmersos. No sé cuándo lo eliminaremos de nuestras vidas, ni en qué medida podremos hacerlo, pero desde luego no será mañana. Ni pasado.
Hasta entonces, necesitamos consumirlo. La demanda de electricidad crece por doquier a tasas elevadas y las energías renovables no son capaces de satisfacerla, así que no hay más remedio que quemar gas en motores y turbinas para cubrir las necesidades. Dado el precio que alcanza en estos momentos y teniendo en cuenta el sistema de fijación, de ahí viene uno de los elementos claves de las subidas de la luz.
No tenemos gas, o mejor, hemos decidido no explorar nuestras disponibilidades de gas. No tenemos problemas para quemarlo y no nos importa que otros lo exploten, pero no queremos utilizar nuestras reservas, aunque eso suponga pagarlo a precios exorbitados. Es un comportamiento de difícil explicación y ciertamente dañino para nuestras necesidades actuales, pero las cosas son así.
El gas se puede transportar por tubería, que es el sistema más barato y flexible, pero exige que los puntos de explotación y consumo estén relativamente cerca. Para el resto hay que traerlo por mar, después de un complejo proceso de aumento de la presión y reducción de la temperatura para conseguir que se licue, reduzca su tamaño y pueda transportarse en barcos especialmente diseñados para ello.
España siempre ha estado mal comunicada por tubería con la red europea, lo que nos ha obligado a construir en la costa plantas de regasificación, que han sido muy costosas. El resultado del proceso ha sido que la península dispone de una gran parte de la capacidad total europea. Otros países, como Alemania, lo traían de Rusia por tubo y más barato, pero nuestra posición es ahora una bendición con garantías.
La UE está aterrada con el comportamiento ruso, que hace depender el suministro del delgado hilo del capricho de Putin, así que ha decidido poner en común las disponibilidades y apelar a una reducción del consumo que será, primero, voluntaria y luego, si es necesario, obligatoria.
Ante ello, el Gobierno se ha revelado. No cabe duda de que nosotros hemos invertido en las plantas, tenemos gas y no necesitamos reducir el consumo, algo que sería muy perjudicial para nuestras industrias. Pero aquí no se trata de conveniencias particulares, sino de necesidades generales. Siempre hay razones para el egoísmo nacional, pero no somos los más indicados para practicarlo y renegar de la solidaridad.
La vicepresidente tercera ha utilizado un argumento que es un insulto a la inteligencia. «España no ha vivido por encima de sus posibilidades energéticas». Ya, pero sí ha vivido muy por encima de sus posibilidades presupuestarias y la solución de nuestras carencias ha llegado siempre de Europa. Financiaron más de 45.000 millones en la crisis de las cajas. Nos han prometido 70.000 millones de subvención en los fondos y pondrán a nuestra disposición una cantidad similar en forma de créditos blandos. Esta misma semana el BCE ha propuesto la creación del TPI, un mecanismo que compra deuda periférica para evitar el desmadre de las primas.
¿Se puede olvidar todo esto y negarnos a arrimar el hombro con Europa? Pienso que no y creo que la colaboración es, además de justa, conveniente. Quedan muchos problemas por delante cuya solución será europea, o no será.
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