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Uno. Acaba de aparecer el libro del catedrático de Ciencias Políticas, Fernando Vallespín, 'La sociedad de la intolerancia'. Tolerancia es un término que goza de benevolente predicamento, en consonancia, probablemente, a la segunda acepción del DRAE [«Respeto a las ideas, creencias o prácticas de los ... demás cuando son diferentes o contrarias a las propias»], con olvido, así, de las cuarta, quinta y sexta del mismo DRAE [«Diferencia consentida entre la ley o peso teórico y el que tienen las monedas»; «Margen o diferencia que se consiente en la calidad o cantidad de las cosas o de las obras»; «Máxima diferencia que se tolera o admite entre el valor nominal y el valor real o efectivo en las características físicas y químicas de un material, pieza producto»]. Acepciones estas últimas que tienen en común la noción de consentimiento o admisión. Para quien esto firma, la palabra tolerancia está bajo sospecha, a diferencia de quienes [Victoria Camps; el mismo Vallespín... y tantos otros] ven en aquella una virtud pública, con fuerza positiva en el debate público, en el ágora. Ya decía Jaime Balmes [filósofo decimonónico hoy, por supuesto, sospechoso en amplios círculos intelectuales], bien que desde su particular visión del asunto, que se tolera el error; concepción que, naturalmente, presuponía la existencia de una verdad, radical, absoluta, de «la verdad», así pues, de la que era depositario, y aún propietario, quien, de manera condescendiente, dispensaba, magnánimamente, su tolerancia a quienes no participaran de aquélla única verdad.
Dos. En el debate público no hay tolerancia, sino, estrictamente, libertad. Libertad para profesar, y expresar, las ideas, creencias o prácticas, por decirlo con las palabras de la segunda acepción del DRAE; y que no es sino el corolario de la inexistencia de «la» verdad, correlato del pluralismo político y social que consagra el artículo primero de la Constitución española. Tolerar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias es totalitarismo, aun bajo la pátina de condescendiente benevolencia, que las acepciones cuarta, quinta y sexta del DRAE reflejan con toda propiedad: ese consentir, ese admitir, que son los verbos incorporados a aquéllas, se sitúan, así pues, en las antípodas de ese aparente respeto que luce en la segunda acepción del DRAE, trasunto de una indisimulada altivez, presunción, soberbia en quien, a despecho de una pretendida buena voluntad o simpatía, se digna condescender, esto es, aceptar o tolerar con suficiencia o desdén, de acuerdo a la segunda acepción que el DRAE registra de tal término, para con el error de quien profesan, y expresan, ideas, creencias o prácticas [...] diferentes o contrarias a las propias. Vamos, la actitud del perdonavidas.
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