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Una sociedad o un colectivo tienen un problema cuando no admite con naturalidad la discrepancia, la crítica, la sátira, la broma, la ironía. Esas limitaciones, esa carencia de permisividad, es un signo de pérdida de libertad, es una demostración de intolerancia, de predominio del ... pensamiento único. Cada vez tengo más dudas y temores: ¿se me permite exponer mis ideas? ¿Puedo discrepar? ¿Puedo criticar a los que mandan? ¿Puedo ser irónico? ¿O corro el riesgo de que alguien se moleste, y se ofenda y, en consecuencia, me quemen en la plaza pública? Como en la novela de Umberto Eco, ¿se censura el supuesto libro de Aristóteles donde se habla de la comedia? ¿Se vuelve a prohibir la sátira?
Siempre ha sido un riesgo criticar al poder, a los que mandan; por eso, antiguamente, se aprendía lo de «oír, ver y callar». Esta censura-represión y su consecuencia: el riesgo y el temor a expresarse con libertad, está presente, sobre todo, en los sistemas políticos y sociales autoritarios, también en las sectas y en los grupos cerrados y rígidamente jerarquizados. En determinadas épocas este tipo de ambiente opresivo se extiende al conjunto de la sociedad.
Hace décadas, a finales de los 70 y en los 80, se abrió una ventana de libertad. Atrás quedaba el régimen político autoritario y, en consecuencia, sin temor, se podía opinar y criticar a los poderes políticos y sociales. Además, ese aire fresco se estableció en la vida cotidiana. Pues bien, en los últimos tiempos, en la vida diaria, es «delicado» pronunciarse sobre casi cualquier asunto sin correr el riesgo de ser atacado sin piedad y de ser etiquetado.
Lo confieso: cada día me da más miedo criticar a los que mandan. Y, además, en mi relaciones profesionales y sociales pienso dos veces si resultará o no correcto pronunciarme sobre algunos asuntos. Cada día paso más tiempo mudo. Me da miedo molestar con mis opiniones sobre política, o economía, o sobre cualquier asunto. Observo que mucha gente tiene la piel muy fina (compruebo que bastantes utilizan la ley del embudo: ellos pueden criticar, pero nadie puede discrepar de sus posiciones).
Llego a la conclusión de que, en las relaciones sociales, si no quiero tener problemas, debo ser «políticamente correcto»; tengo que tener mucho cuidado con el lenguaje; no puedo utilizar la ironía y debo olvidarme de los chistes. Sí, los censores vigilan y, a la mínima, uno puede ser acusado de machista, clasista, autoritario, sectario... Y en las redes sociales, con el parapeto del anonimato, a uno le pueden machacar.
Los que trabajan de cara al público saben que el cliente, el usuario del servicio, el alumno o el padre del alumno le pueden denunciar y, como es conocido, el cliente y el alumno siempre tienen razón; y lo más frecuente es que los que están al frente de las organizaciones den la razón al denunciante. En consecuencia, para evitar problemas conviene decir amén y no salirse de la fila. Lo mejor es decir «sí señor», y «sí cliente», y «sí alumno»; «lo que usted quiera», «tiene usted toda la razón». Hay que olvidarse de la canción de Alaska 'A quién le importa'. Y también del poema de Georges Brassens, cantado por Paco Ibáñez, 'La mala reputación'. Y del libro 'El hombre rebelde' de Albert Camus.
La falta de libertad ha sido subrayada por muchos de los que trabajan en el ámbito artístico. Entre otros, Manuel Gutiérrez Aragón ha dicho: «Por lo políticamente correcto, los creadores sufren una presión que antes no existía». El exdirector de la RAE, Darío Villanueva, ha declarado: «La corrección política es un virus que viene a resucitar la censura». El escritor Arturo Pérez-Reverte, en 'Ofendidos del mundo, uníos', señala: «No se tolera la libertad de pensamiento ni la expresión pública de esta (...) se exige sumisión a un nuevo canon moral de un infantilismo y simpleza aterradores». Y más adelante: «Las universidades, antaño motor del pensamiento, se han convertido en sanedrines de corrección política donde se reemplaza la razón por la emoción y el debate por la ignorancia». Y Carmen Posadas ha escrito: «Nos encontramos rodeados de víctimas, de personas que se declaran ofendidísimas por todo. Ofendidas porque, según ellas, la sociedad heteropatriarcal se encuentra infestada de homófobos, de racistas, de machistas, de fascistas a los que hay que desenmascarar y denunciar vigorosamente».
Tengo la impresión de que el puritanismo ha crecido y la tolerancia se ha debilitado. La censura ha aumentado y una parte de la libertad se ha reducido. Y, en relación con ello, los populismos intransigentes tienen más poder.
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