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El máximo organismo internacional en materias económicas y de desarrollo es la OCDE que, preocupada por la educación y su futuro mundial, cada tres años embarca a más de medio millón de jóvenes de 15 años y 3 meses a 16 años y 2 ... meses en una prueba cuantitativa: el 'Programme for International Student Assessment', PISA para el mundo educativo, político y periodístico. Una prueba que son varias baterías de cuestionarios sobre competencias educativas que en su última aplicación (2018) se ha fijado en lo que saben –no que dominen en la práctica– 36.000 alumnos españoles, muchos centenares de Cantabria, sobre Matemáticas, Ciencias y Habilidad Lectora. La sorpresa primera, y mayúscula, es que muchos de esos miles de alumnos decidieron tomarse a broma tanta pregunta enrevesada con sistemas diversos de respuesta y corrección. Esta actitud, comprensible para personas que no hacen voluntariamente la prueba, ha invalidado todo el apartado de competencias lectoras en España, y en Cantabria, aspecto este en el que íbamos bien en la serie histórica que empezó en el año 2000.
Y viendo las pruebas originales, iguales en Reinosa que en Singapur, México o Taipei (sí, Taipei y solo Taipei hace las pruebas en Taiwán, lo mismo que solo Beijing o Shangai en la China continental, algo que distorsiona resultados), uno se sonríe con la disquisición que en siete etapas tienen que leer los examinandos sobre las enfermedades de las gallinas y su posible curación con aspirina (la multinacional Bayer debe patrocinar el estudio). O, en otras siete arduas cuestiones para un nivel alto de comprensión, interpretar lo que un ficticio blog de un profesor de viaje por el mundo escribe sobre la isla de Pascua. Se les pide que lean inventados chats, intuyan de lo que se trata en un fórum y sepan discernir lo que es información científica válida. Ya me dirán ustedes qué es lo que tanta estandarización mundial tiene de motivador en una prueba
PISA, un negocio educativo con aspecto científico y sociológico, sigue demostrando, una vez más, que es una prueba meramente cuantitativa. Y cuando hablo de negocio me gustaría saber cuánto han pagado el Ministerio de Educación español y la Consejería de Cantabria, pues la prueba no es gratuita y la ampliación que se pidió para 2018 tiene un sobrecoste pagado con el dinero de todos. El norte de España y Cantabria parece que vamos bien, pero ya me dirán ustedes por qué siempre estamos detrás de Castilla y León: ¿en Aguilar de Campoo se enseña mejor que en Mataporquera, Matamorosa o Polientes? Y el chiste de alguna directora general regional: parece que el calendario escolar influye en nuestros buenos resultados. Pues las cuatro comunidades que están mejor que nosotros no tienen ese calendario escolar. Y sabiendo qué colegios e institutos han hecho la prueba, ¿por qué no se dan a conocer? Navarra lo hizo y se vio su manipulación. Mientras no sea clara la financiación, no se conozcan los centros que participan y no se adapte tanta competencia a lo que los escolares de Cantabria estudian, PISA será una tormenta educativa cada tres años. Un consuelo –o no–: siempre estamos por encima de EE UU.
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