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El 111 es el número angélico de los nuevos comienzos y del camino adecuado. Es el número solar, el símbolo del cielo, un número palindrómico, defectivo y mágico que marca los años transcurridos desde que el ingeniero y matemático cántabro Leonardo Torres Quevedo construyera en ... 1912 El Ajedrecista, el primer autómata creativo. Hoy lo llamaríamos robot, pero esa palabra de origen checo no surgió hasta una década más tarde. Torres Quevedo (1852-1936), natural de Santa Cruz de Iguña y considerado el precursor de la inteligencia artificial, es el padre del moderno sistema de control remoto con la invención del Telekino, primer mando a distancia de la historia; del aritmómetro electromecánico, preludio de la calculadora digital; de un nuevo tipo de dirigible o del teleférico para viajeros, uno de los cuales instaló en las cataratas del Niágara.
Torres Quevedo fue «el más prodigioso inventor español de su tiempo», y aunque el transbordador sobre el Niágara, entre Canadá y Estados Unidos, le dio fama universal, su logro más reconocido es el Telekino, proyectado para pilotar barcos y dirigibles. El Telekino fue declarado «uno de los hitos de la ingeniería mundial» en 2006. Ello convierte a Torres Quevedo en un referente clave que Cantabria debe poner en valor ahora que la inteligencia artificial es ya presente. El Telekino y El Ajedrecista, un artilugio capaz de realizar la jugada final de mate de torre y rey contra rey, abrieron la nueva era del gran salto adelante. El concepto pionero del inventor, consistente en dotar de capacidad a dispositivos mecánicos con el fin de que realicen actividades reservadas al intelecto humano, inició el camino inexplorado de las máquinas pensantes.
La Unión Europea estudia muy en serio las implicaciones de la producción futura de robots inteligentes. Aunque no es probable una rebelión robótica al estilo de la que predice el futurismo apocalíptico, se analizan múltiples variables. Incluso se valoran las aportaciones de la ciencia ficción en el sentido descrito por las cuatro leyes protectoras de Isaac Asimov. Es especialmente relevante la cuarta y menos citada, pero que ningún lector de Asimov ignora. La Ley Cero, establecida en 'Robots e imperio', se impone a las tres restantes y fija la preeminencia del grupo, por lo que el individuo ya no es la prioridad: «Un robot no puede dañar a la humanidad ni permitir, con su inacción, que la humanidad sea dañada». Cuando los cambios se suceden vertiginosamente, no debemos olvidar que un genio cántabro, Leonardo Torres Quevedo, dio principio a todo.
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