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Quizá Bélgica no existiría hoy de no haber mediado Cayo Julio César con aquella frase inicial: «La Galia en su conjunto está dividida en tres partes, en una de las cuales viven los belgas…» Marco Agripa, el conquistador de Cantabria, crearía la provincia ... de 'Gallia Belgica'. Con la caída del imperio romano, el nombre tuvo sus fluctuaciones, pero mayormente quedó sumergido hasta que en el siglo XIX se produjo la independencia y recobró el rótulo clásico.
Por su posición, esa parte de Europa, tierras planas situadas entre el Rin y el Sena, pasando por el Mosa y el Escalda, ha sido siempre clave, ya que más hacia el centro y sur del continente cordilleras y bosques van oponiendo dificultades de comunicación crecientes. Para Cantabria el puerto de Amberes fue desde la Edad Media un referente de comercio y la prosperidad. Se enviaba lana de Castilla y se traían tejidos. De Flandes vendría Carlos I, un Habsburgo nacido en Bruselas, para dar una nueva dimensión a esta conexión. Pero la influencia de aquellas tierras habría de ser mucho mayor, y prolongarse hasta la actualidad, donde enhebramos este hilo, pues, en el encuentro anual de antiguos alumnos de las escuelas de la empresa belga Solvay en Barreda, hoy volveremos a deambular por las aulas en que transcurrió buena parte de nuestra niñez.
Ernest Solvay (1838-1922), principal fundador de la compañía, era sólo un poco más joven que José María de Pereda. Su genio no era literario, ni su querencia apuntaba, como en el polanquino, a una ideología de la nostalgia ante el 'shock' de la modernidad. Solvay era liberal y socialmente avanzado. Creía en una ciencia política positiva que fuera como la física o la química en el estudio de la naturaleza. Su empresa fue pionera en establecer hospitales y escuelas para los trabajadores y sus familias, crear fondos de pensiones, pagar las bajas por enfermedad y asumir las vacaciones remuneradas, así como el sostenimiento de centros y actividades recreativas.
Es decir, Ernest no solo resultó una figura del capitalismo industrial del norte de Europa, sino también de su humanización. Además, quizá por ser un descubridor autodidacta, se convirtió en destacado patrocinador de la ciencia. Las Conferencias Solvay, que iban tomando vuelo hacia la época de construcción de las escuelas barredenses hace más de un siglo, reunían periódicamente el talento mundial en física y química, los Einstein, Rutherford y Curie.
La primera fábrica Solvay se instaló en Couillet, al sur de ese Charleroi donde hoy aterrizan los aviones de Ryanair que despegan de Camargo y que es cruzado por el río Sambre. Este conecta con el Mosa bajo la ciudadela de Namur y marcaba hasta Lieja el llamado corredor o 'surco' industrial ('sillon industriel') de Bélgica, la Valonia convertida en humeante taller gracias a su carbón, energía para los hornos de acero, vidrio y otros materiales. Pues la madre tierra también ha proporcionado a los belgas arcilla, lo que condujo, como en otras zonas del continente donde la roca escasea o resulta cara, a una arquitectura de ladrillo.
Los albañiles belgas y alemanes que Solvay trajo a Cantabria fueron los encargados de preparar una arquitectura industrial y residencial que aún distingue a este barrio de Torrelavega-Polanco con sus ladrillajes rojos y oscuros. Una arquitectura fácil de hallar en Valonia y Flandes, norte de Alemania, países bálticos e Inglaterra. En todas esas áreas se desarrolló en la Edad Media el llamado 'Gótico de Ladrillo' (el 'Brick Gothic'), recuperado durante el siglo XIX en diseños que quisieron ser neogóticos, con aquel romanticismo de lo medieval. En las Escuelas de Solvay este origen estético es reforzado por la forma neomudéjar de sus arcos centrales de herradura, toque oriental muy de moda cuando se buscaban formas genuinamente españolas. Incluso los tréboles ornamentales en las cornisas evocan (no diré que representan, porque lo ignoro) similares símbolos góticos de la Trinidad.
Solvay constituyó el tercer gran episodio de transfusión de conocimiento belga a Cantabria. El primero había sido, en el siglo XVII, la presencia de expertos flamencos en los altos hornos para fundición de cañones en las fábricas de Liérganes y La Cavada. El segundo, el redescubrimiento por el ingeniero Jules Hauzeur (Jules van der Heyden à Hauzeur) del potencial de Reocín para la explotación del zinc desde mediados del siglo XIX. Y el tercero, la instalación de Solvay en 1908. Así pues, Bélgica ha desempeñado un papel trascendental en la biografía de Cantabria. La estética noreuropea de Barreda es el signo de una histórica transferencia de conocimiento. Los flamencos del Miera han dejado sus apellidos en nuestro censo. Los de Jules indicaban el mestizaje entre los flamencos y los valones de Lieja. Los Solvay procedían de un pueblo del Brabante valón, no lejos de Waterloo.
Este año se cumple el centenario de un libro publicado en Bruselas en el que el Georges Barnich, uno de los primeros directores del Instituto de Sociología, exponía los 'Principios de política positiva según Solvay'. Ahí se constata el carácter visionario de Ernest. Mencionaré solo algunos enunciados. Lo más importante es el talento y la instrucción que conducen a la creatividad. Por ello el trabajo será más remunerado que el capital. La producción debe aumentar si queremos mayor consumo. El paro debe ser sólo temporal y utilizarse para actualizar la formación. No ha de haber trabas al comercio internacional. Tiene que existir una lengua auxiliar internacional para favorecer la unificación política mundial. Debe darse una mutua influencia entre élites innovadoras y masas prácticas para asegurar el progreso.
La estética europea, pues, traía también su política, que no era de partido, sino un ideal tecnocrático y cientificista. En ese ideario, la educación de todos (pues Solvay era firme defensor de la igualdad de oportunidades) desempeñaba un papel fundamental. Y no sé si en cien años hemos sido capaces de ofrecer horizontes mucho mejores que la innovación, el comercio, tratar bien a las personas, o la paz mundial (en el 'chateau' de los directivos de Solvay en Couillet impuso un general alemán condiciones leoninas a Charleroi en verano de 1914, por haber resistido al ejército del káiser). Acaso ninguna de las demás utopías políticas anteriores y posteriores soporte la comparación con este escueto libro de 1919, por mucho que haya amarilleado en algunas páginas en que era demasiado hijo de su época. ¿No lo somos todos de la nuestra?
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Ana del Castillo
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