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Lo más importante de una sociedad no son los ecosistemas, sino los egosistemas, es decir, la organización del 'yo' de cada individuo, e incluso de esos 'yoes' que son los 'nosotros', grandes o chicos, y que no resultan menos peligrosos por ser colectivos. Al revés, ... Ferlosio dijo una vez, ironizando sobre la gramática, que el Nosotros es aún peor persona que el Yo, y he de suscribirlo dejando hueco al margen para las excepciones.
Antropólogos, sociólogos y psicólogos llevan mucho tiempo estudiando de qué modo los individuos tratamos de ajustarnos a patrones normativos de cómo ha de ser nuestro 'yo', por ejemplo a qué se cree con derecho y/o con obligación. A veces estos patrones obedecen a ideales sociales bien planificados, como cuando ahora se intenta estimular vocaciones femeninas para las carreras STEM (acrónimo inglés de Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Matemáticas) o a todos los jóvenes para el emprendimiento, como Federico Gutiérrez-Solana desde su activismo de campus o este diario con su programa STARTinnova.
Ahora la formación del nuevo egosistema se ha acelerado por la pandemia: se busca un 'yo' responsable ante el termómetro planetario y ante los vertiginosos avances de las tecnologías robóticas y de la información; un individuo de espíritu liberal que sepa convivir con las creencias de otros sin, por ello, permitirles que conviertan sus teorías metafísicas en Código Penal para todo quisque; un ego disciplinado que acepte los decretos de salud pública sin quejarse demasiado salvo caso de flagrante incoherencia.
Todo esto es positivo y en Cantabria verá usted cómo se va implantando, no por este o aquel político, sino como transformación de la cultura cotidiana, esa cultura que no es tanto el arte de crear como el arte de vivir, de arreglárselas, de orientarse ante el mundo. Sin embargo, al mismo tiempo existen otras transiciones egológicas, otros egosistemas emergentes que preocupan. Uno de ellos es la presentación de la individualidad en las redes sociales, o la simple conversión en un consumidor compulsivo de señales de pantalla. Más allá de cierto punto, aparecen los aspectos patológicos, el ciudadano fácilmente manipulable o reprimible, la confusión del ser y del parecer, la Inquisición digital. Otra evolución reciente (pero que ya observaba, por ejemplo, Unamuno en sus escritos sobre 'la crisis del patriotismo') es la oscilación entre un 'yo' de patria chica, un yo culturalmente refugiado, y un 'yo' universalista esférico, cosmopolita y 'mafaldiano'.
No sabemos qué resultará de la compleja transición egológica, máxime si la tecnología biomédica y/o robótica logra potenciar nuestras facultades naturales (o las de nuestro amigo el perro) para construir el Yo. O incluso puede aparecer, como un nuevo ego, el robot mismo, el 'Yo, robot' de Asimov.
Decisiva para el cántabro es tal transformación. Me gustaría ver más énfasis en el ego creador, inventor, emprendedor, buscador, tanto en artes como ciencias y empresas. Pero cada egosistema necesita un ecosistema donde alojarse. Y los nuevos 'yoes' cántabros deberían hallar un nicho ecológico-social más propicio: una educación menos reglamentista y enciclopédica; más capital riesgo y apoyo a las iniciativas; una ética que acepte que el fracaso puede ser un incentivo al aprendizaje y posterior éxito; unos impuestos y precios de vivienda adecuados para facilitar el desarrollo de dichos espíritus y talentos; mínimas trabas administrativas... Algo hay, pero mucho falta. Una transición al 'yo invento' es mejor que otra al 'que inventen ellos'. En suma, evitemos que el Nosotros no deje espacio ni oxígeno al Yo que se necesita. Pues en nuestro tiempo, quien inventa manda y los demás solo tienen la última palabra: amén.
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Ana del Castillo
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