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Entre las palabras que van cayendo en desuso, arrolladas insolentemente por nuevas formas y conceptos laborales, sociales, e incluso tecnológicos, está el sustantivo 'aguinaldo', que ... para los milenians seguramente esté ya fuera de su vocabulario, pero que continúa en el acerbo colectivo lingüístico y nostálgico de los mas añoso. El desamparo en el que ha caído este nombre quizás haya estado ligado por el feliz abandono del concepto anacrónico que le ataba a la dádiva paternalista en tiempos de penuria económica.
Fue en en la década de 1940 cuando, por la escasez, la llegada de una tableta de turrón o de una botella de anís llevaba cierta alegría a muchas casas donde se escondía, a veces vergonzantemente, la hambruna a la que condenó la postguerra a millones de españoles que ni practicaban el estraperlo ni podían pagar los abusivos y avaros precios im-puestos por los contrabandistas. El aguinaldo, situado así entre el regalo y el socorro empresarial, fue el antecedente inmediato de lo que en el año 1944 la dictadura franquista convertiría en una gratificación dineraria, obligando a los empleadores a entregar a sus trabajadores la soldada de una semana, según el autócrata, para solemnizar la Navidad, cuando en realidad se trataba de tranquilizar a una población apretada por la carestía sobrevenida de la Guerra Civil y el aislacionismo internacional.
Marshall había pasado de largo por Villar del Río. Ese gracioso donativo fue instituido con carácter indefinido un año después, el 9 de diciembre de 1945 bajo el apéndice de «aguinaldo o paga de Navidad». Posteriormente, en 1947, se estableció un estipendio similar el 18 de julio para conmemorar el golpe de Estado de 1936 contra la República.
Con el tiempo, la normalización de la vida laboral de los españoles trajo consigo la entrega de un regalo voluntario, éste por cuenta de los contratadores: Otro modelo de aguinaldo navideño convertido en una cesta de productos, cuya cuantía y calidad dependía de lo rumboso que fuera el empresario. Así se convirtió en otra estampa navideña el tránsito de los trabajadores portando una 'cesta' conteniendo los productos que dejaban en evidencia el poderío o la tacañez del oferente. A veces, eran los propios trabajadores quienes presumían por la cesta que recibían, especialmente en los frenéticos y alocados -económicamente- años 80. Con la llegada de la crisis de 1987, las empresas decidieron aplicar recortes en los gastos no esenciales, siendo la primera víctima el aguinaldo navideño en especie.
Aparte de la paga había otra práctica imbricada en la Navidad: La tarjeta con la que algunos profesionales felicitaban las Pascuas esperando un extra. Preciosas estampas con ilustraciones en color de lecheros, barrenderos, carteros, serenos... para que los vecinos se rascaran el bolsillo. Sitúan esta costumbre en 1832 cuando los trabajadores del Diario de Barcelona decidieron que sus repartidores, por Navidad, llevaran en mano a todos sus lectores una felicitación impresa. La idea fue tan bien acogida por los clientes que, agradecidos, les entregaron una propina en forma de aguinaldo. Con las mejoras salariales y de las condiciones laborales, a finales de la década de 1970 esta tradición fue desapareciendo.
Etimológicamente, y según el libro «La fascinante historia de las palabras», del periodista y lingüista uruguayo Ricardo Soca, la palabra 'aguinaldo' estaría registrada en nuestra lengua desde 1400 como una deformación de 'aguinando' o 'anguilando' derivadas de la expresión latina 'hoc in anno' (en este año). Lo confirma el catedrático, filólogo e historiador de la Universidad de Murcia, Luis Rubio García, al reconocer que 'aguinaldo' constituye un vocablo culto con su variante por metátesis 'aguilando', considerado una forma mas vulgar. En el Diccionario de la RAE, y en el irremplazable María Moliner, confluyen en esta voz dos acepciones: Presente que se da en Navidad o en Epifanía y canción navideña, por lo que el término produce una duplicidad semántica: regalo y canciones de Pascua, los populares villancicos.
También era una costumbre muy interesante para los niños que, en España, tenían por hábito visitar al vecindario cantando villancicos, musicados con panderetas, zambombas o botellas estriadas para 'pedir el aguinaldo'. Este inveterado uso dio lugar a alguno de los villancicos que han perdurado Actualmente sería impensable animar a un grupo de chiquillos a que llamen a la puerta del vecino pidiendo el aguinaldo, mientras, por el contrario, se estimula la práctica del estólido anglicismo 'truco o trato' del cansino Halloween.
Feliz e inusual Navidad, que trae como aguinaldo una vacuna.
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Ana del Castillo
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