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No se entiende con facilidad. Cuando lo que se busca es facilitar a las generaciones actuales el conocimiento integrado del pasado común; cuando ello se realiza sin pretender otra remuneración que el general enriquecimiento cultural; y cuando, además, el esfuerzo necesario se aplica sólo movido ... por una pasión -el tren-, cuesta entender que encuentre tantos obstáculos a su ejercicio. Lo anterior describe con bastante precisión el marco donde se desenvuelve el empeño de la Asociación Cántabra de Amigos del Ferrocarril (ACAF) en pro de la búsqueda, rehabilitación y conservación de patrimonio de interés relacionado con el rico pasado del ferrocarril cántabro. Durante años, y con medios modestos pero admirable entrega de sus miembros, la ACAF viene realizando un encomiable esfuerzo, cuyo logro más significativo ha sido la creación del Museo Cántabro del Ferrocarril (MCF); su contenido -especialmente el material rodante- ha merecido los avales necesarios para incoarle expediente de inclusión, como bien inventariado, en el Inventario General del Patrimonio de Cantabria. Por algo será.
Pues bien, es difícil entender que la necesidad de unas reparaciones en el edificio que alberga el MCF ponga en inminente peligro de tirar por la borda todo el valioso esfuerzo que durante años sirvió para reunir el patrimonio que contiene. Para aclararnos: ADIF, propietario del edificio, rehúye hacerse cargo de la reparación, amparado en que la remodelación ferroviaria prevista en Santander -¿cuándo?- conllevará su derribo; y mientras urge a la ACAF al desalojo, no ofrece alternativa alguna de realojo. Al mismo tiempo, no faltan en las instancias políticas locales -vicepresidencia del Gobierno, Ayuntamiento- buenas palabras en relación con el mérito y la utilidad social del patrimonio museístico preservado; palabras que lamentablemente tampoco apuntan por ahora hacia soluciones efectivas del problema: argumentan aquellas falta de recursos financieros y se remiten a intentar la mediación ante ADIF.
Por otro lado, Cantabria dispone -en el depósito de Cajo- de una potencial localización futura, ideal, para albergar un museo ferroviario. La singularidad de su rotonda para la inversión de máquinas dentro del patrimonio arquitectónico industrial de Cantabria ha llevado a que la ACAF esté intentando se le reconozca como Bien de Interés Cultural (BIC); recientemente, y ante su fracaso en intentos previos, ha vuelto a registrar la solicitud para ello ante Cultura, dado que ahora -parece- existe una mejor predisposición hacia este asunto. En todo caso, las instalaciones de Cajo se encuentran aun operativas; vinculada a la incierta remodelación ferroviaria de Santander su posible disponibilidad como museo ferroviario a largo plazo no resuelve, por tanto, la amenaza sobre el actual a corto.
Y hasta aquí puedo leer. ADIF, por el momento parece encarar este asunto con indiferencia. Y ya se sabe: al indiferente, ¡ay!, la legislación vigente. Enrocarse cómodamente en la mera conclusión de un dictamen técnico sin involucrarse en ofrecer soluciones que permitan la continuidad del MCF hasta disponer de otra sede estable -bastaría para ello por ahora la reparación de las deficiencias existentes-, solo podría entenderse como una injusta desconsideración hacia la ACAF, que desde hace años viene implicándose -gratis et amore, no se olvide- en la incardinación cultural del ferrocarril y la divulgación de su contribución al desarrollo de Cantabria.
De las instituciones locales, por su parte, cabría esperar eficacia a la hora de materializar su interés -abiertamente manifiesto- hacia la actividad del MCF. Una eficacia siquiera parecida a la que permitió recientemente encontrar solución para la acogida local de la colección de arte de la Fundación Enaire: la adecuación museística de las antiguas naves de Gamazo y su entorno va a suponer una inversión de más de dos millones de euros a cargo del Ministerio de Transportes, Autoridad Portuaria y Ayuntamiento de Santander. Todos, al fin, colaboraron.
Y de la sociedad cántabra, en fin, también cabría esperar su apoyo frente a la grave amenaza que planea sobre el futuro del Museo Cántabro del Ferrocarril, una meritoria iniciativa que, con el tren como coartada, es plenamente consistente con los fines del pregonado Anillo Cultural santanderino. En el triste caso de que ante la ausencia de alternativas viables se fuerce el cierre del MCF y se pierda su contenido, habrá que lamentar -otra vez- que, más allá de las buenas intenciones y los vistosos discursos que abogan por la cultura como prioridad, sean el desinterés y la incuria quienes al fin tengan la última palabra. Y eso, ya lo dije al principio, no se entendería con facilidad.
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