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Soy un ciudadano que votó la Transición, que vivió la enorme inquietud social que se respiraba previa a la misma, que soñó una y mil veces con el cambio y que cuando puntualmente salía al exterior, a algún país de nuestro entorno, sentía una envidia ... casi infinita que se acentuaba cuando observaba su modelo de convivencia. Cuando asistía a las charlas de sus habitantes sin mirar de reojo, cuando, quizás algo encogido, pero, eso sí, con plena libertad, tomaba alguna decisión dentro del grupo, cuando iba al cine o a cualquier tipo de espectáculo, cuando veía que las aulas universitarias eran espacios de discusión amable y participativa, cuando en restaurantes o bares podía hablar sin más limitación que la impuesta por el propio civismo, cuando el límite solo lo marcaban las normas de convivencia, cuando la crítica se desconocía, cuando el otro era en potencia un amigo, cuando dormía sin tomar ninguna medida de precaución, cuando paseaba por la ciudad y la policía ayudaba con una sonrisa, cuando salía al campo y era un enorme prado limpio, rico y bien atendido, cuando observaba sus carreteras, que parecían pistas de aterrizaje, cuando asistía a una conferencia y podía participar de forma espontánea, solicitando la palabra, y nadie te miraba con rabia...
Todo era amable, bello, agradable, noble, sencillo y sereno. Se vivía una verdad desnuda, sin revestimientos hipócritas, una vida que yo no olvidaré jamás. Aquellos viajes a Ginebra, a Roma o a París, aquellos otros más tardíos a Londres o a Lisboa... Mis ansias se vieron colmadas, mis sueños encontraron las respuestas que buscaban, mis deseos quedaron satisfechos.
Hasta que llegó el gran día, el día en que todo eso comenzamos a sentirlo en nuestra propia casa, el día en que tomamos impulso y nos sentimos en aquel mundo, primero vivido solo en sueños y después recibido con alegría. Un virus bueno nos contagiaba el sentimiento de solidaridad, surgiendo así el entusiasmo, la colaboración y la amabilidad. Éramos otros. Éramos distintos. Apoyo, colaboración, entusiasmo, imaginación, trabajo, alegría... Con esos envoltorios nos cubrimos los ciudadanos en aquellos tiempos del cambio.
Y así hemos seguido, y así seguimos, y así queremos seguir, aunque para ello no deben perder la brújula los tres poderes. Cada uno ha de situarse en su lugar, porque hay un lugar para cada uno, y desde la distancia física, contando con el contacto emocional, han de articularse, vertebrarse, entenderse, ensamblarse, actuando cada uno libremente cuando le toca, no solamente no compitiendo, sino facilitando el quehacer de los otros, desde su absoluta libertad e independencia. Es la base del orden, del entendimiento, de la posible colaboración y compromiso de todos. Es necesario saber cual es el lugar de cada uno, es vital que cada uno conserve su equilibrio estable, su actividad propia, conociendo la actividad de los otros.
No podemos asistir a espectáculos como el que ha ocurrido. Algo falla, y no es más que alguno de los tres ha perdido su sitio. El primero, que es el Ejecutivo, salido de la voluntad de los ciudadanos, cuenta con plena legitimidad, es auténtico, porque tenga el color que tenga ha sido elegido desde la libertad y es el que vigile porque el pueblo que le votó alcance el mayor grado de bienestar, de aquí que vele, perdiendo hasta el sueño, por facilitar el mayor grado de calidad de vida a cada ciudadano, procurándole sus bienes básicos, hasta conseguir los más exquisitos.
El parlamento, ese monumento sagrado en el que los representantes del pueblo discuten, comentan, contrastan criterios y elaboran normas, requiriendo de todos respeto, admiración y cuidados, ha de dar ejemplo permanente, pues es el espejo donde se miran todos aquellos que les votaron, de tal forma que su labor va a ser analizada y medida por el grado de satisfacción del pueblo, que se sentirá tan seguro como resueltos, dialogantes, cooperadores, cercanos y productivos se manifiesten los diputados y los senadores que en ese lugar habitan.
Y, por último, el poder judicial, nutrido de hombres formados, llenos de ciencia, cultivados, pensadores, sabios, honestos, rigurosos, amantes de la verdad, de lo justo de la equidad, intocables, libres e incontaminados, habrán de estar vigilantes, para que todos los caminos tengan su propia luz, para que se pueda caminar por cualquier lugar, sin mirar hacia atrás.
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