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Entiendo como privilegio el rechazo a la guerra, el declararse pacifista. Tener la contienda amenazando a las puertas de tu casa aporta muy poco margen de maniobra. La vida parece haber decidido. Pero, no por ello, debemos olvidar que hay mucho de masculino mal entendido ... en este conflicto, en todos los conflictos que toman como salida, la bélica.
No sostengo que lo violento vaya ligado inexorablemente a los hombres. No creo que dentro de cada niño recién nacido se encierre una violencia que pugne por salir en caso de conflicto; no considero que los niños posean de serie una clara inclinación hacia lo violento, a pulsar el botón que active la guerra. Como tampoco creo que las niñas tiendan a cuidar, dialogar y preservar la vida por naturaleza. Es cuestión de cultura, es cuestión de educación, es pura esencia del patriarcado. Es aplaudir la pasividad y dulzura en las mujeres y la determinación y la contundencia en los hombres.
No se reduce a la hipótesis simplista acerca de que si gobernasen en masa las mujeres los conflictos bélicos no existirían. Años de hacernos sentir la dominación en nuestras carnes, de habernos educado en el cuidado; nos ha convertido en artistas de la resolución alternativa al modo imperante masculino de conflictos.
Ucrania no ha amanecido en guerra de un día para otro. Ucrania vive en guerra desde hace años. Las mujeres llevan todo este tiempo viviendo unas consecuencias dobles: bélicas y machistas. Las mujeres tuvieron que regresar a sus hogares como método de resolución económica tras la caída del telón de acero, las mujeres en Ucrania ven como salida la subrogación de sus vientres para alimentar a sus familias y los deseos de procreación del resto de Europa; emigran para limpiar nuestras casas y solo aparecen en los titulares cuando se despiden de sus parejas, son violadas o empuñan un arma y despiertan el deseo cual valkirias actuales cosificadas.
No existe opción entre los hombres: si se declaran pacifistas, son tratados de cobardes, de traidores. Si se autoinmolan ante la potencia rusa se les aplaude internacionalmente como héroes que no temen a la muerte. Y, a la muerte, hay que temerla. Hay que temerla por lo que incluye: dolor, ausencia y odio hacia quien la provoca.
Es 8 de marzo, es 8 de marzo en todo el mundo y las feministas no solo decimos «no a la guerra», decimos no a un esquema vital que no nos representa. Decimos no a una guerra estúpida, como lo son todas; donde quienes luchan no tienen razones para comenzar la contienda, y quienes se defienden no tienen opción a negarse. Es 8 de marzo y, un año más, no lo celebramos, lo reivindicamos.
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