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La cultura cristiana no espera que pongamos la otra mejilla en sentido literal; lo que sí espera de nosotros es que nos tomemos en serio la tolerancia y nos refrenemos al ejercer la violencia. En los tiempos que corren estas expectativas parecen haber devenido extravagantes. ... Lo que ahora prima es el «realismo» entendido como si el uso de la violencia fuera la única manera de realizar nuestros propósitos. La tolerancia es cosa de ingenuos ¿pero quién es más ingenuo, aquel que a pesar de las evidencias cree posible reducir la violencia implícita en las relaciones humanas o quienes imaginan que nada es posible sin el uso de la fuerza?
La cultura cristiana promueve una actitud más madura. Aunque históricamente el cristianismo ha usado y abusado de la violencia, lo cierto es que ha dado forma a una civilización donde susodichos valores prevalecen en la práctica. Tales valores son violados una y otra vez; pero aún así son aceptados, aunque sólo sea por el 'qué dirán'. Como decía La Rochefoucauld «la hipocresía es el homenaje del vicio a la virtud». Hasta anteayer los gobernantes no dudaban al aplicar abiertamente políticas expansionistas, en la actual coyuntura ni siquiera Trump se atreve a formularlas en voz alta y recurre al eufemismo de 'América First'. La idea de un mundo no-violento se ha impuesto socialmente, aunque estos días parezca estar viniéndose abajo políticamente.
Creer que con violencia se consigue todo es un resabio infantil de origen tribal. El uso de la fuerza con los niños pequeños resulta a veces inevitable; pero los padres lo reducen progresivamente, a medida que los niños van creciendo. Hay sin embargo padres autoritarios, psicológicamente conservadores, incapaces de refrenarse a tiempo. Los hijos educados en este ambiente adquieren, de forma inconsciente, la convicción de que nada excepto la fuerza es capaz de regular las relaciones humanas. Trump sería el ejemplo pluscuamperfecto, tiene una visión infantilizada del mundo a causa de sus experiencias infantiles; promueve la filosofía tribal al estatus de 'realista' rechazando la tolerancia como cosa de ilusos.
De hecho, la creencia en la omnipotencia de la fuerza no sólo es ingenua sino que a largo plazo el que la práctica termina por autodestruirse. El siglo XX ha probado hasta la saciedad que, aquellas sociedades que sostienen la creencia infantil en la eficacia universal de la violencia, están condenadas al fracaso. La Alemania de Hitler, la Rusia de Stalin, la China de Mao, no lograron sobrevivir precisamente porque no pudieron resolver situaciones en las que el uso de la fuerza era inútil. La Rusia de Putin está condenada a repetir la historia si no aprende a limitar el autoritarismo, como parece haberlo aprendido (con dosis masivas de hipocresía) la China post-maoísta; Hong Kong Taiwán y Xinjiang son sus asignaturas pendientes. Pues bien, La política de Trump está llevando a EEUU al aislacionismo a marchas forzadas.
La idea de vivir renunciando al ejercicio de la fuerza no es ni estúpida ni utópica. Requiere el coraje que precisamente les falta a los que rinden culto a la fuerza bruta como método; ya que sólo están dispuestos a luchar cuando pueden usar la fuerza con quienes son más débiles que ellos (verbigracia Estados Unidos contra Irak) nunca con sus iguales.
Lo cual me lleva a reflexionar sobre el error de libro de la derecha española al adoptar un perfil asilvestrado. Debo confesar que el infantilismo de la derecha en los dislates de Investidura me ha provocado un persistente dolor de estómago. Mientras el discurso de Abascal no ha cambiado, el de Casado se ha hecho indistinguible del primero en su competencia por ver quién mea más lejos. La gente que persiste y actúa con resolución, a menudo consigue alcanzar sus objetivos sin necesidad de recurrir a la fuerza sino con una mezcla apropiada de coraje e inteligencia. El 'Manual de resistencia' de Sánchez, libro que al parecer Casado tuvo de cabecera durante algún tiempo, ilustra muy bien este punto.
Si hay alguien que conoce a fondo los mecanismos populistas y sabe por experiencia cómo neutralizar desde el gobierno el populismo de signo contrario ejercido por la oposición, ese es Pablo Iglesias. VOX no tiene otro remedio; pero no parece que el nacionalismo mostrenco sea una estrategia ganadora para el PP, mientras esté en la oposición. Y si algún día llegase al gobierno tendría que coligarse con VOX para que hiciera el trabajo. Es más, el PP podría seguir perdiendo votos por la derecha (aquello del original y la copia) y perder simultáneamente el centro-derecha. No necesariamente a manos de unos Ciudadanos en situación tan precaria como turbia.
La sensatez que la situación de 'guerra civil fría' está pidiendo a gritos, aconseja que el PP asuma como hecho consumado la presidencia de Sánchez y desarrolle una estrategia de oposición constructiva. El PP necesita rehacerse como líder del centroderecha, aceptar que ha perdido el territorio de la derecha dura a manos de VOX. Conseguir que Ciudadanos se deje absorber sería la mejor noticia, porque centraría la imagen del actual PP. Solo así estaría en condiciones de disputarle la presidencia al PSOE.
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