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También podría titularse 'Trump como tragedia'. Hay personajes históricos, Napoleón, Hitler, Stalin..., que remiten directamente a Shakespeare -Hamlet, Otelo, Macbeth, King Lear..., pero sobre todo sus dramas romanos-. Trump es uno de ellos. Personajes de un narcisismo enfermizo, patológico al extremo de lo psicopático. ... Personajes que siempre han existido, pero que sólo emergen en la historia en momentos de grandes crisis y suelen terminar llevando a la ruina a su país y a los de su entorno.
Cuando Metternich, por entonces ministro austríaco de asuntos exteriores, se entrevistó cara a cara con Napoleón le recordó a éste el abrumador coste en vidas de sus guerras. Napoleón le propinó esta extraordinaria respuesta: «Usted no es un soldado y no entiende lo que acontece en el alma de un soldado. Yo crecí en campamentos militares y es lo único que conozco, a un hombre como yo le importa un carajo la vida de un millón de personas». Metternich concluye, «al día siguiente de este estremecedor intercambio de palabras, Napoleón se deshacía en amabilidades y encantos; supe entonces que alcanzar una paz duradera con un hombre como él era imposible». En su guerra personal contra el covid-19, a Trump tampoco parece importarle la vida de un millón de personas (cuando escribo esto en EE UU la cifra histórica de contagiados llega a los nueve millones, mientras Trump, desde su inicio, sigue empeñado en pasar página); y, desde luego, cualquier acuerdo duradero con él es una quimera.
Estos personajes se consideran a sí mismos enviados del destino (los predicadores evangelistas presentan a Trump como la reencarnación del rey David lo cual a nuestro personaje le fascina); viven en un universo paralelo al nuestro, donde los incidentes cotidianos se experimentan como símbolos cargados de sentido que apuntan en la dirección del destino, de su destino. Entre él, como hecho real, y el resto de los hechos de esa realidad existe una armonía de ritmos metafísicos que confiere a sus actos y decisiones una «incuestionable» condición de certeros.
Viven en una realidad alternativa donde las verdades, sus verdades, se formulan como alternativa a las verdades del universo en el que el resto de los mortales habitamos. Pero, a la vez, descarta nuestras verdades como 'fake news' y entroniza las suyas. Las suyas sólo son temporalmente alternativas, justo el tiempo necesario para imponerlas como una nueva realidad que desplaza a la establecida. Por ejemplo, desplazan la democracia y establecen la autarquía; la democracia deja de ser una realidad y pasa a ser una quimera, mientras ocurre a la viceversa con la autarquía.
Sus verdades alternativas son narraciones llenas de fuerza, la fuerza que produce el considerarlas una necesidad ineluctable. Piensen en las sublimes narraciones de Napoleón, Hitler o Stalin, mutatis mutandis las de Trump son de esa misma naturaleza. Nos equivocamos al intentar comprenderlas racionalmente siendo así que habitan en el universo de los mitos. Intentamos desesperadamente establecer una relación causa efecto para dar cuenta de sus actos, aplicarles una lógica de 'Crimen y Castigo'; pero en su realidad los actos no son ni correctos ni incorrectos, no responden a la lógica de nuestro universo donde un efecto determinado ha de tener una causa precisa. Se necesita la sensibilidad de un poeta habituado a desenvolverse en el ámbito de lo inexpresable, para captar la visión esencialmente ingenua que tienen estos personajes. Si se piensa bien, en lo más profundo de su ser Trump es un iluso; pero un iluso que ha logrado alcanzar tanto poder como para imponer temporalmente, a su país y al resto del mundo, una cosmovisión reaccionaria y esencialmente insostenible que va contra el devenir de la historia.
¿Cuántas veces estos personajes banales han desencadenado guerras demoledoras fruto de su desprecio por los aspectos pragmáticos de la historia? Contra lo que algunos creen, los aspectos pragmáticos son los que normalmente predominan en el mundo (¡ojo! digo en el mundo, no en la política), ello compele a personajes moralmente disminuidos a interferir en el normal devenir de los acontecimientos, persuadidos de que pueden alterar el curso del mundo con sus locas ideas. Lo ilustra bien otra cita de Napoleón que podría haber sido de Trump: «Me siento guiado por una fuerza irresistible hacia un fin que desconozco. Tan pronto como lo alcance dejaré de ser necesario, un átomo será suficiente entonces para romperme. Hasta ese momento, ni toda la fuerza de la humanidad podría hacer nada para detenerme». Lo dijo al principiar la campaña de Rusia que, como le ocurriría a Hitler 130 años después, supuso el fin de sus desvaríos imperiales. La tragedia trumpiana podría simbolizar el cambio de época tras la decadencia de Occidente. Una verdadera revolución cultural no solo en América sino en Europa. Spengler diría que consistirá en una vuelta a la cultura orgánica tradicional, ocupando el lugar de la civilización inorgánica que se abrió paso con la revolución industrial.
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