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A ver lo que tardan los agoreros en ponerle pegas a la recuperación del túnel de Tetuán, ya sea por filtraciones o por el microclima creado que dan ganas de ir a sentarse a la fresca allí en verano. Incluso habrá quienes digan que ... la alcaldesa lo ha hecho para no llegar tarde a Joaquín Costa, a la sede del PP.
Los que de niños, además de montar en el Tren de la Bruja, hemos tenido la fortuna de atravesar ese túnel repleto de barro y roedores de todos los tamaños, cuando aún no estaba tapiado y era toda una aventura recorrerlo con linternas, pues no estaba iluminado, estamos agradecidos a la alcaldesa, que debiera interesarse por las obras de nuestro capitán de aventuras Raúl Vega de la Torre, ya fallecido. Autor de una colección de libros infantiles que debieran ser editados al estilo Enid Blyton, los protagonistas, una banda de muchachos, resolvían misteriosos casos en un paisaje ya trasformado desde la antigua fuente luminosa del Ayuntamiento hasta la Horadada, o el Puente del Diablo.
Sin embargo, los nacidos en los años 50 no tuvimos la fortuna de recorrerlo en el tren de Pombo que, inaugurado el 23 de junio de 1892, partía desde la calle del Martillo hasta la Plaza del Pañuelo, pasando por Daoiz y Velarde, Peña Herbosa, Molnedo, San Emeterio y Tetuán, para adentrarse en el túnel y llegar a la Cañía, para terminar su recorrido en lo que hoy es la Plaza de Italia. En 1911 dejó de funcionar, cuando las máquinas de vapor dieron paso a las eléctricas, quedando el túnel intransitable con el trascurso del tiempo, hasta que fue sellado en 1986, convirtiéndose su rehabilitación en una liebre perpetua para los políticos populistas cuando no tenían otra cosa mejor que ofrecer, pero jamás lo hacían, hasta que con Gema Igual se ha recuperado esta maravilla, creando una nueva ruta para viandantes y ciclistas.
En el recuerdo quedan las caminatas desde el Sardinero hasta Puertochico, subiendo por la Cañía y bajando por Menéndez Pelayo o por Barrio Camino, añorando el viejo túnel y su trenecito de vapor que jamás conocimos y que tan bien nos hubiese venido a quienes tuvimos la fortuna de educarnos entre Castelar y la calle del Sol, entre la Bahía y la casa de los hermanos Calderón, con las chufas de la Cruza, los churros de la churrera y las reinas con abejas de la Manolita, unos en Escolapios y otros en Capuchinos, orgullosos de ser 'raqueros' y no niños 'pijos', aunque nos redimiéramos siendo respetables monaguillos. ¡Angelitos!
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