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Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre la terrible y cruenta invasión rusa de Ucrania, cuando me vino a la mente aquella hazaña más que heroica de un puñado de griegos, mezcla de atenienses, espartanos, corintios y de otras ciudades-estado, que en ... 480 a. C. consiguió detener y poner en fuga a un ejército, el persa, enorme en efectivos y poder, que venía a conquistarlos. Tan memorable fue y tan conscientes los griegos de su importancia que incluso la llevó al teatro Esquilo, el gran trágico griego, a los pocos años de producirse, con la obra 'Los Persas', que aún puedes leer.
El origen del conflicto fue una nimiedad, como suele ocurrir con los poderosos: los griegos habían apoyado quince años atrás una rebelión de los ciudadanos de la costa de Jonia, griegos también, contra Darío, rey persa que los había conquistado. Darío quiso castigar a los griegos y aprovechar la ocasión para expandir su vastísimo imperio y reivindicarse entre los suyos. Sin embargo, se encontró con una astuta resistencia que terminó en la famosa batalla de Maratón, de 490 a. C. Los persas huyeron humillados. El sucesor de Darío, su hijo Jerjes, retomó la pretensión de su padre y organizó un inmenso ejército. Tras muchos preparativos, sus tropas cruzaron, por fin, el Helesponto y penetraron en Grecia. Ante tamaño peligro, las ciudades griegas aparcaron diferencias ancestrales y guerras particulares y se aliaron para intentar frenar al enemigo común. En cabeza, Atenas, representante de una democracia y unas libertades exportadas a la historia.
Con el persa a las puertas de Atenas, los aliados siguieron el criterio de Temístocles, general ateniense, partidario de evacuar Atenas y presentar batalla en el mar: contra esa mole militar, no podrían vencer en tierra.
Escogieron Salamina, una pequeña isla situada frente al Pireo, puerto de Atenas, al fondo del Golfo Sardónico, muy cerca de la costa por todo su perímetro, salvo por el sur, que mira hacia mar abierto. El lugar no pudo ser más oportuno. Los griegos esperaron escondidos en los recovecos de Salamina a que Jerjes perdiera la paciencia y buscara una batalla decisiva. Le hicieron llegar informaciones falsas, acerca de su baja moral, de sus discusiones internas sobre si rendirse o plantar cara y Jerjes picó. Lanzó al mar una poderosa flota que multiplicaba en número y poder ofensivo a la escuadra griega: más de 800 naves frente a menos de 300. Pero la maña griega, la mejor maniobrabilidad de sus navíos y precisamente la diferencia numérica se convirtieron en factores decisivos: cuando los persas se internaron en las estrechas aguas que rodeaban la isla, los griegos taponaron las dos salidas y convirtieron el espacio persa en una ratonera. Los espolones helenos embistieron una y otra vez las trirremes persas hasta que no quedó ninguna a flote. El golpe de efecto hizo que los supervivientes huyeran a pie en desbandada; Jerjes, que presenciaba todo desde una atalaya, huyó asimismo y dejó a su general Mardonio al mando de los restos, por si pudiera con ellos terminar la conquista. No pudo.
La batalla de Platea puso fin a las pretensiones persas. Atenas y las demás ciudades se habían salvado; un pequeño ejército, casi sin recursos, pero unido, henchido de moral y dispuesto a honrar a sus antepasados y a morir por su libertad, la de sus familias e incluso por la nuestra, hijos suyos venideros, derrotaba a un matón gigante con ideas de otra parte.
Ya te imaginas cómo querría yo que acabara la invasión rusa de Ucrania. Quienes dicen 'no la guerra', se oponen al envío de armas y lo fían todo a la vía diplomática, deben recordar que existe el derecho a la legítima defensa y que hay guerras necesarias, amparadas por el derecho internacional, máxime cuando una de las partes agrede a otra y no quiere hablar; que en ellas no solo se dirimen problemas fronterizos, estratégicos o intereses económicos, sino, como en esta, valores e ideales que debemos apoyar quienes los compartimos, para dar continuidad a aquella hazaña griega que salvó democracia y libertad de un yugo opresor, incompatible con nuestra idiosincrasia. Sin Salamina, hoy probablemente hablaríamos persa.
Y puede que nuestras armas no sirvan para vencer a este enemigo, infinitamente más poderoso, pero sí servirán para infundir moral, ánimo y apoyo a los ucranianos, pase lo que pase, y para unir a los europeos en el nuevo orden que se avecina. La historia es lo que queda cuando pasan las cosas; cuando se escriba, yo quiero que se nos sitúe en el lugar que, por tradición y convicción, muchos consideramos correcto: el de la democracia y la libertad.
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