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El funeral por Benedicto XVI, presidido por el Papa Francisco, y el entierro del emérito en la cripta de la basílica de San Pedro dieron paso ayer a una nueva etapa para la Iglesia católica en la que es posible que las distintas posiciones que ... conviven en su seno se manifiesten sin la contención que propiciaba la entente entre Bergoglio y Ratzinger. Una etapa en la que corrientes teológicas y de pensamiento social, estamentos de la jerarquía, órdenes religiosas y un catolicismo con retos muy distintos según los diferentes lugares del mundo podrían tratar de encontrar espacios propios en un pontificado que perciban abierto o maleable. La solemne sobriedad que al parecer había requerido Benedicto XVI para su último adiós encontró en la fría y neblinosa mañana de ayer en Roma un marco poco favorable a las emociones, con una afluencia de fieles menor de la prevista por el Vaticano, atenuando la solicitud de que sea declarado santo inmediatamente. Tampoco era una ceremonia de Estado, por lo que el reconocimiento internacional de la figura de quien ejerció como Papa durante casi ocho años quedó, especialmente para sus incondicionales, por debajo de la influencia intelectual y efectiva que tuvo y continuará teniendo en la Iglesia.
Las palabras que Francisco dedicó al finado, comprometiendo a la comunidad eclesial a «seguir sus huellas» en la «búsqueda apasionada» de Benedicto XVI por transmitir el Evangelio con «sabiduría, delicadeza y dedicación», resumieron el vínculo que les unía. La biografía apergaminada que acompaña a los restos de Ratzinger destaca que «luchó con firmeza contra los delitos cometidos por representantes del clero contra menores o personas vulnerables». Un mandato inexorable para la Iglesia católica que ayer se consagró como legado de Benedicto XVI.
El discurso verbal y gestual del catolicismo, como el de cualquier otra opción religiosa, da lugar a interpretaciones y especulaciones sobre su significado e intenciones. Pero sería deplorable que el tránsito que la muerte de Ratzinger representa para la Iglesia diera lugar a movimientos ventajistas que cuestionaran su unidad socavando la autoridad de Francisco convirtiendo, por ejemplo, sus dificultades para caminar en una invitación a que siga el ejemplo de Benedicto XVI y se disponga a retirarse. Una lógica por la cual nadie podría sentarse en la silla de Pedro sin verse inmediatamente en entredicho por una supuesta limitación de facultades para ser Papa.
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