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Con acierto casi poético Juan Pablo II sentenció que la universidad nació del «corazón de la Iglesia». Ciertamente la institución universitaria fue, hace ya mil ... años, una de las principales aportaciones de la era de la Cristiandad. Parte de aquellas primeras universidades, creadas en urbes prósperas como Bolonia, Oxford o Salamanca, continúan hoy su actividad y algunas de ellas aún persiguen ser fieles a su identidad cristiana. Tomás de Aquino, patrón de las universidades católicas y cuya festividad se celebra hoy 28 de enero, es el mejor representante de los albores de la institución universitaria.
En sociedades postsecularizadas como la nuestra, el futuro del cristianismo va a depender también de su capacidad para proporcionar respuestas suficientemente argumentadas a los paradigmas predominantes, tan alejados de la tradición religiosa, y a desafiantes preguntas que emergen en el debate intelectual y científico y del que las universidades católicas están llamadas a formar parte, quizás hoy más que nunca.
Con frecuencia, la inspiración cristiana de estas universidades puede llegar a pasar inadvertida para muchos estudiantes. Aun así, hay que insistir en que en la actualidad, en países como España, las universidades católicas constituyen prácticamente las únicas vías de contacto y relación que la Iglesia mantiene con jóvenes; ya que son muy pocos los que acuden a las parroquias o participan en otros espacios eclesiales.
El legado del recién fallecido Joseph Ratzinger, y las dificultades que la Iglesia afronta para lograr relevos que estén a la altura de sus capacidades, subrayan la necesidad de acompañar y promover de modo acuciante -en particular a través de las universidades- las vocaciones destinadas al apostolado intelectual, de las cuales puedan también surgir nuevos líderes como él.
No minusvaloremos la relevancia que el apostolado intelectual puede adquirir en la evangelización. Desde Pablo de Tarso hasta Joseph Ratzinger la civilización cristiana ha evolucionado, en gran medida, al ritmo del paso marcado por figuras intelectuales que, en todos los momentos históricos, han sabido conservar la esencia de la fe y trasmitirla con un nuevo lenguaje comprensible por cada cultura. Sin su sabiduría y capacidad dialéctica el cristianismo no habría sobrevivido a otras religiones o a tantas corrientes ideológicas, muchas de las cuales sí se han derrumbado.
A menudo, la evangelización de nuevos territorios vino enseguida acompañada de la inauguración de universidades que formaran grupos dirigentes, dialogaran con las culturas y sirvieran como referente para la irradiación de la fe. Así pues, por ejemplo, en torno a 1600, inmediatamente después de la llegada de los conquistadores españoles, los dominicos y jesuitas levantaron en Filipinas las primeras universidades de Asia.
Y resulta también oportuno recordar que, tras cuatro siglos de persecución y menosprecio, el fuerte resurgimiento del catolicismo en la Inglaterra victoriana fue liderado, en buena parte, por una élite intelectual que comenzó a germinar en la Universidad de Oxford bajo el liderazgo del hoy santo John H. Newman y tuvo uno de sus últimos representantes en el escritor Gilbert K. Chesterton.
Las universidades católicas gozan de un fuerte protagonismo o dinamismo en la vida comunitaria de muchas iglesias locales, no digamos ya en la pastoral juvenil de dichas diócesis. En otros lugares, sin embargo, su presencia es más discreta o no está visibilizada ni siquiera en los planes pastorales diocesanos. En consecuencia, uno de los retos es saber identificar las mejores 'buenas prácticas' que se reproducen en diferentes lugares del mundo, en pastoral universitaria por ejemplo, para transferirlas a otros centros universitarios católicos e iglesias locales.
La presencia de la Universidad de Deusto o de la Universidad de Navarra es una gran oportunidad que la Iglesia tiene para explorar y establecer espacios de escucha y diálogo con miles de jóvenes que, cada vez con más frecuencia, nunca han tenido experiencia religiosa alguna o no han recibido formación en la fe.
En este contexto, por ejemplo, los rectores de las universidades católicas también habrían de ser, en cierta medida, líderes pastorales. Sin duda, su voz puede llegar a ser escuchada, con más interés y atención que la de los obispos, por parte de los jóvenes universitarios.
Aspirar a transmitir la fe hoy en día desde el ámbito universitario puede ser calificado de puro idealismo. Pero también se pensaba hace cinco siglos que erigir universidades católicas en Extremo Oriente o en el Nuevo Mundo era un utopismo. Y todavía siguen en marcha.
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