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William Deresiewicz era profesor de una universidad de élite en Estados Unidos como Yale y se marchó por desacuerdo con el sistema universitario. Las universidades de prestigio fabricaban una élite profesional alejada de la realidad y escasamente crítica con el sistema. El artículo que ... publicó, titulado: «Las desventajas de una educación de élite», fue un éxito. Eso le animó a desarrollar mejor el asunto en un libro que acaba de editarse en España: 'El rebaño excelente', (Ediciones Rialp). ¿Es el universitario una oveja que hay que unir a un buen rebaño para que alcance una buena posición económica?
El neoliberalismo defiende que el mercado puede solucionar todos los problemas y que puede proveer a la sociedad de todo lo que necesita. En consecuencia entiende la educación como preparar personas para el mercado laboral. No está mal que la universidad prepare a los estudiantes para sus carreras profesionales. Pero es solo una parte de lo que la educación debe hacer. Se trata de preparar a las personas para una democracia participativa. Y esto significa aprender ciertas cosas: cómo pensar, cómo debatir, cómo participar en el debate democrático, cómo reconocer que estás equivocado, cómo escuchar a gente con la que estás en desacuerdo, cómo cambiar de opinión, cómo verificar información...
Todo eso y también lo que podríamos llamar cualidades personales orientadas a preparar a los estudiantes para la vida en todas sus dimensiones. Forjar su carácter, desarrollar su capacidad intelectual, ayudarles a encontrar su puesto en el mundo. Necesitamos adultos que rindan, no solo en el mercado laboral, sino en la sociedad. Abandonemos la meritocracia, según la cual «lo que tienes lo mereces, porque has trabajado para ello y porque tienes mérito». No hay servicio, no hay obligaciones para con los otros. Formar líderes no significa hoy tarea, ni honor, ni sacrificio. Básicamente significa «vas a estar en la cumbre, vas a tener el poder».
Ahora bien, si entendemos que la educación es una preparación para la vida, comprendemos de inmediato que no sólo aumentarán los conocimientos, sino que preparará para la participación en una sociedad democrática, que ayudará a navegar mejor en las relaciones con los otros... Entonces, las humanidades van a ser centrales en esa educación. Porque las humanidades no tienen que ver con equipar con habilidades o técnicas especiales. Ayudarán a pensar sobre esas grandes preguntas que son esenciales para el contacto con uno mismo y para la vida en sociedad. Las humanidades ya son una pérdida de tiempo.
Diría que, en los últimos 10 años, personas de Silicon Valley lideradas por Bill Gates han intentado impulsar una educación general vía 'online'. No sé si creen que es mejor, pero desde luego es una muy lucrativa oportunidad para ellos. En Estados Unidos, considerando todos los niveles educativos, ronda el trillón y medio de dólares. Eso es mucho dinero y quieren ser quienes se lo repartan en la educación, a cambio de todo tipo de promesas de eficacia.
Aunque debo decir que yo no quiero volver exactamente a la «vieja normalidad» en educación, afirma William Deresiewicz. Porque tenía algunos problemas, y me encantaría que algunas cosas fueran diferentes en el futuro. Me temo que no vamos a reforzar las humanidades, que no vamos a volver a clases más pequeñas, que no caminamos hacia un escenario con equidad de acceso a la universidad con un buen programa de becas.
El papa Francisco ha denunciado el peligro de las universidades ideológicas: «A la que tú vas, te enseñan sólo esta línea de pensamiento, esta línea ideológica, y te preparan para ser un agente de esta ideología... Esta no es una universidad: en donde no hay diálogo, en donde no hay confrontación, en donde no hay respeto por cómo piensa el otro, en donde no hay amistad, en donde no existe la alegría del juego, del deporte, no hay universidad» (entrevista en la Universidad Roma Tre, el 17 de febrero de 2017). Ya el rey sabio, Alfonso X, había recogido en la ley de Partidas esta preciosa definición de universidad: «Ayuntamiento de profesores y alumnos por el saber». Una definición que es todo un programa y que recoge en apretada síntesis la vocación de toda universidad. La Universidad no puede perder su vocación originaria para adaptarse servilmente a las exigencias del mercado y transformarse en una escuela profesional de alto nivel. La Universidad no es una fábrica de titulados. No ha de regirse sólo por criterios de eficiencia y rendimiento económico, por muy necesarios que estos sean.
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