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No por mucho madrugar amanece más temprano. El voto voluntarioso de José María Mazón, comprometido con el PSOE nada menos que 40 días antes ... del debate de investidura, perdió su valor a la hora de la verdad, en la fallida investidura que iba a consolidar a Pedro Sánchez en La Moncloa para que desde allí devolviese el favor con el dinero y las infraestructuras que reivindica Cantabria. El PRC de Revilla prefiere rescatar del fiasco su inversión de lealtad a Sánchez para que el líder socialista cumpla sus promesas si logra la Presidencia del Gobierno en septiembre o después de unas nuevas elecciones, aunque esa es una apuesta de mucho riesgo para todos los jugadores de la política.
Mazón ha escenificado su respaldo a la investidura del candidato Sánchez con una entrega casi enternecedora. El único aliado del PSOE en las dos votaciones perdedoras y ni un solo reproche como los que brotaron de todas las bancadas del Congreso, con mayor o menor intensidad, por la incapacidad del líder socialista para alcanzar algún acuerdo. A última hora, Mazón era el único que ponía entusiasmo en un nuevo Gobierno, que aunque fuese precario pudiera consumar lo prometido a Cantabria. Porque ni siquiera a Sánchez se le veía ya dispuesto a ser el primer presidente socialista, desde la Transición, que da entrada en el Ejecutivo a la izquierda radical con socios tan exigentes y tan poco fiables como los propios podemitas y los grupos independentistas vascos y catalanes, y además en una coyuntura crítica para el modelo político consagrado por la Constitución.
En el PSOE de Cantabria había división de opiniones sobre el resultado de la investidura, pero dominaba la idea de que Pedro Sánchez saldría ganador, que Podemos y Pablo Iglesias serían doblegados de una u otra forma. Los socialistas han ponderado durante semanas la finura estratégica de Sánchez, de Redondo, de Pérez Tezanos, de Ábalos y hasta de Lastra en el diseño del plan de batalla. Mientras presionaban sin éxito a Ciudadanos para que respaldase la investidura 'gratis total', señalaban a Pablo Iglesias como un político a la deriva que sólo quería sentarse en el Consejo de Ministros para sobrevivir. Eso duró hasta que la renuncia al sillón del líder podemita dejo al 'think thank' socialista desconcertado, sin más remedio que negociar un gobierno de coalición con Podemos. Una transacción con ribetes trileros que ha estado centrada exclusivamente en las cuotas de poder, sin un progama de gobierno mínimamente cohesionado y sin abordar los grandes asuntos de Estado. Las voces de la izquierda lamentan un fracaso histórico que para los demás resulta más bien un alivio.
Un minuto después de terminar el debate de investidura se inició la batalla de la responsabilidad por el fracaso, de la que ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias saldrán bien parados. Más allá de las benévolas interpretaciones de sus partidarios, el candidato socialista ha salido derrotado del trance, entre otras cosas porque durante casi tres meses no ha puesto en el asador toda la carne que merecía la ocasión, sin negociar otra cosa que las modestas demandas del PRC. El fracaso reduce el liderazgo político de Sánchez a su verdadero tamaño. Y Pablo Iglesias, tras su habilidad inicial en la negociación, se vino tan arriba que se pasó de frenada en sus exigencias. Su tardía oferta desde el atril de oradores sonó patética y desesperada. Iglesias impide por segunda vez la investidura de Sánchez. No se le puede negar que ya se lo había advertido: «Usted, sin mí, nunca será presidente».
Sánchez dice ahora que intentará de nuevo la investidura en las próximas semanas, otra vez con Podemos, o con el PP, o con Ciudadanos, con el que se le ponga a tiro, aunque todos los canales de negociación estén a día de hoy muy atascados. Y si no sale, pues otras elecciones, las cuartas desde 2015, sin ninguna garantía de que las urnas terminen con la parálisis política. Los socialistas cántabros todavía confían en que el 'gurú' Redondo controle todos los escenarios posibles para que el jefe Sánchez se asiente en La Moncloa de uno u otro modo y de paso coloque en Madrid a algunos dirigentes para los que Pablo Zuloaga no ha encontrado acomodo en el Gobierno regional.
El PSOE quiere creer que unos nuevos comicios les harían crecer a costa del soberbio Iglesias –con Íñigo Errejón al acecho– y del errático Rivera. Pero también el PP acaricia un gran salto mediante una alianza con Ciudadanos para extender la fórmula Navarra Suma a todo el territorio nacional. Y por supuesto, el PRC de Revilla está seguro de que, si hay nuevas elecciones, repetirá la hazaña del 28-A y hasta la mejorará para de nuevo mercadear su voto con el candidato a la investidura a cambio de satisfacer la deuda del Estado con Cantabria. Todas las teorías son verosímiles pero también arriesgadas porque, ya se sabe, las urnas las carga el diablo.
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