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Transcurrió mucho tiempo de un infinito sufrimiento. Desconocíamos realmente lo que ocurría. Solo trascendía enfermedad, muerte y la presión hospitalaria. Se sospechaba, hasta que se ... confirmó, que era un virus el causante. Increíble, pero su estructura se desconocía, así como la respuesta eficaz.
Y se comenzaron a utilizar medicamentos conocidos que, en ocasiones similares, habían mostrado resultados positivos. Aprendimos lentamente y ya entonces se comenzó a pensar en la vacuna como la respuesta más eficaz. Al principio parecía una fantasía. Se necesitaba mucho tiempo para su logro, pero nuevos métodos, grandes grupos de investigadores y enormes sumas de dinero –más la colaboración ciudadana– dieron en la diana. Llegó la vacuna. O mejor dicho, las vacunas. Fueron aprobadas por las agencias de medicamentos y disponemos en estos momentos de varias en uso y otras tantas en la puerta de entrada. Y la sensación de impotencia ha desaparecido para surgir otro nuevo estado de ánimo, el de la incertidumbre.
La Unión Europea ha acordado la adquisición de un determinado número de dosis que se están sirviendo por las compañías farmacéuticas, no sin algún sobresalto. En principio, la lentitud y la desorientación es grande, y los gobiernos de los distintos países (responsables de establecer un protocolo, incluso antes de que llegara la vacuna) han ido relajando su actitud, por tibieza, ignorancia o desconocimiento, de tal forma que vivimos en una situación salpicada de zonas oscuras.
La población ha sido clasificada en dos grupos sin desearlo, los vacunados y los no vacunados. De aquí que estos segundos estén expectantes, nerviosos, ansiosos y desorientados. Al desconocer su futuro, esta es una de las razones por las que alguno no respeta su turno de vacunación y esta situación, en el fondo, engendra enorme incertidumbre en la totalidad de la población.
Hace tres semanas atendí en la consulta a una persona mayor, discapacitada. Contaba con atención en su domicilio y tiene un solo hijo que vive en una capital de provincia. Acudió muy nerviosa, incluso con temple delirante, sintiendo que la estaban castigando. Entendía que la tenían que vacunar y nadie le podía responder el día que lo harían. Su hijo me llama permanentemente «a ver qué medicamento la da para tranquilizarla».
Esta situación no es única. ¿Quién sabe el día que le van a vacunar? Ya sé que depende en gran medida del número existente de vacunas, pero cuando uno se presenta a una oposición, sabe siempre dónde está su lugar, antes de…, y después de… En este caso, nadie se atrevería a decir dónde está situado. Ello, lógicamente, incrementa la ansiedad, la incertidumbre, aumenta el crisol y los leucocitos disminuyen (y con ello, las defensas).
Es necesario que el grupo de sabios situados alrededor de la Consejería publique diariamente un calendario en el que se nos sitúe a todos. Para que cada una disponga de la información correspondiente. Porque, de no ser así, y como los centros de salud están cerrados y los hospitales tienen acceso restringido para patologías no covid, sólo los facultativos correspondientes a la atención privada son los receptores de este tipo de información. Sin que, por otra parte, estemos vacunados estando en primera línea.
¡Incomprensible!
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Ana del Castillo
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