Vacunas y desigualdad
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ANÁLISIS ·
Sin vacunación en el mundo no desarrollado, el peligro de transmisión seguirá pendiendo sobre nuestras cabezasNo sé si, en general, estamos siendo demasiado optimistas al respecto, pero todo parece indicar que los más perniciosos efectos del Covid-19, la elevada ... mortalidad y el alto grado de incidencia, están a punto de ser cosa del pasado, al menos en el mundo desarrollado. La inmunidad que se está consiguiendo a través de la vacunación masiva está consiguiendo lo que, antes de Navidad, era impensable y/o imposible.
Otros efectos del Covid-19, y sobre todo la enorme desigualdad existente entre países ricos y pobres, no sólo no pasará tan rápido, sino que, muy probablemente, se acentúe y se haga más profunda. El motivo es muy sencillo: mientras que, en los primeros, la vacunación masiva está dando lugar ya a una recuperación económica que, poco a poco, se espera que gane en intensidad, en los segundos tal recuperación no se atisba por ningún lado debido, precisamente, al muy reducido porcentaje de población vacunada o en vías de vacunación.
Esta falta de capacidad de los países de renta media y baja para hacerse con las vacunas necesarias para inmunizar a la mayoría de su población es lo que dio lugar, en su día, al nacimiento del proyecto Covax, diseñado básicamente, y gestionado, por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es cierto que, gracias al mismo se han podido distribuir muchos millones de vacunas entre los citados países pobres, pero también lo es que el mismo se está mostrando incapaz de cubrir, ni de lejos, a un porcentaje elevado de su población. La consecuencia es que, en estos países, continúan y continuarán por mucho tiempo los elevados niveles de mortalidad e incidencia y, como resultado de todo ello, un bajo nivel de actividad económica, que es el germen del aumento de las diferencias con los países ricos.
De entre las propuestas, adicionales a la COVAX, surgidas para eliminar o paliar significativamente este problema, una de las más conocidas es la que sugiere que las patentes que tienen las farmacéuticas sobre las vacunas contra la Covid-19 sean liberadas, al menos temporalmente y para los países pobres, pues, de esta forma, algunos de ellos tendrían capacidad para producir vacunas.
De inmediato, naturalmente, han surgido voces a favor y en contra de esta propuesta. El caso es que las dos partes tienen argumentos poderosos y que, como sucede a menudo en economía, no es fácil decantarse por una u otra. El mejor argumento a favor de la liberación temporal de las patentes es el de la solidaridad: todos los obstáculos que, en épocas de emergencia sanitaria (y económica) como la actual, impidan salvar vidas deberían ser desmantelados; dado que las patentes de las farmacéuticas son uno de estos obstáculos, lo ideal sería eliminarlas temporalmente. En el otro extremo, el mejor argumento en contra es que, si se liberan las patentes (aunque sea temporalmente y sólo para los países pobres) ¿qué incentivo tendrán las farmacéuticas para invertir en I+D? La respuesta es ninguno, por lo que las empresas no invertirán y, en consecuencia, no habrá vacunas para nadie, ni ricos ni pobres.
He de reconocer que, así planteado, el asunto es un poco maniqueo, pues, en el fondo, nos enfrenta con cuestiones éticas y no económicas. Sea cual sea la opción que se adopte, es necesario precisar que liberación de patentes, que parece ser la solución moralmente aceptable, no constituye, según los expertos, una solución plena, pues muchos países pobres carecen de los conocimientos técnicos necesarios y de la financiación requerida para producir las vacunas que necesitan para inmunizar a su población. La segunda es que la liberación de patentes para los países pobres seguiría permitiendo que su explotación fuera muy rentable en los ricos y, por lo tanto, que lo fuera la inversión en I+D.
¿Cuál sería, entonces, la solución? Pues, según parece, una muy sencilla pero difícil de llevar a la práctica: que los países ricos produjeran muchas más vacunas (que es factible) y que la oferta sobrante la donaran (sí, la donaran) a los países pobres, de forma que el mecanismo Covax de la OMS fuera mucho más potente. Aunque, hoy por hoy, esto parece harto improbable, recordemos que, sin vacunación en el mundo no desarrollado, el peligro de transmisión al mundo desarrollado seguirá pendiendo sobre nuestras cabezas como una espada de Damocles. No se trata sólo de solidaridad, que también, sino de egoísmo puro y duro. En caso contrario, el aumento de la desigualdad terminará pasándonos factura, Al tiempo.
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Ana del Castillo
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