Presume Pablo Zuloaga, cuando acude a rendir cuentas ante el Comité Regional del PSOE, donde tiene amigos, enemigos y mediopensionistas, de lo bien que lo ... ha hecho hasta ahora el partido en el combate sanitario contra el coronavirus y en la atención social a quienes han perdido el empleo, a los trabajadores autónomos, a las familias más necesitadas. Un despliegue de autoestima comprensible en la soflama a los partidarios, pero que resulta arriesgado cuando la pandemia se descontrola en España hasta batir todos los récords. También en Cantabria, que tiene que imponer nuevas restricciones frente a la plaga, sin saber hasta dónde llegarán ni durante cuánto tiempo.
Lo que no entiende la opinión pública, tampoco la oposición, es el doble argumentario con el que opera el Gobierno bipartito: entre los socialistas que lamentan el repunte de los brotes pandémicos que seguramente ha generado el puente del Pilar y la invitación previa de Revilla a los madrileños para escaparse a Cantabria y eludir el confinamiento en su región. Luego, con la expansión del virus, el presidente ha plegado velas al respaldar cualquier restricción que decidan los expertos sanitarios, incluido el estado de alarma del que antes no quería ni oír hablar.
El PSOE prioriza las restricciones y pondera el multimillonario gasto sanitario y social. Revilla insiste en que hay que convivir con la pandemia para que haya también algún ingreso. En la discutida interrelación entre la salud y la supervivencia económica, a veces no funciona ni una cosa ni la otra, ni la evolución de los contagios
ni las cifras del paro. Que PRC y PSOE tengan visiones diferentes sobre cómo abordar la pandemia no es tan raro cuando tantas veces han hecho bueno el lema de 'dos Gobiernos en uno' por el déficit de cohesión en el discurso y en la acción política, en función de sus intereses distintos.
También ahora mismo y al margen de la pandemia. El PSOE se propone ampliar la clientela ideológica de la izquierda, aprovechando que Podemos está fuera de circulación en Cantabria. Por eso anuncia unos Presupuestos con perspectiva de género, alienta la legislación en favor del movimiento LGTBi, de la memoria democrática y de un conservacionismo estricto del territorio, se muestra tibio con los okupas, lo cual chirría bastante en un partido que se proclama de Gobierno, y rechaza coincidir con la derecha ni siquiera a la hora de preservar la Constitución.
El PRC, por el contrario, se siente cómodo instalado en la centralidad política que ocupa en Cantabria y que le rinde beneficios electorales. Defiende sin complejos la Carta Magna cuando se lo piden PP y Ciudadanos, apoya a los propietarios de viviendas, esquiva los frenos ecologistas en el suelo rural y prefiere proteger más a los ganaderos que a los lobos. Y ahora acaba de rechazar la moción de censura de Vox, naturalmente, pero no ha firmado el cordón sanitario acordado por PSOE y Unidas Podemos con todos los grupos independentistas contra la derecha radical.
Las diferencias de los socios son evidentes, pero no insalvables. En cualquier gobierno de coalición, en el central o en los autonómicos, alterar la unidad del voto seguramente daría lugar a conflictos muy peligrosos, cuando no a la ruptura. El PRC y el PSOE votan distinto a cada rato en el Parlamento, en esta legislatura y la anterior, y el asunto no pasa a mayores. En realidad, la única crisis seria por romper el voto en el Gobierno de coalición no ha sido en el Parlamento de Cantabria sino en el Congreso, cuando el rechazo del diputado regionalista Mazón a la investidura de Pedro Sánchez el pasado enero. Tampoco entonces llegó la sangre al río, el PSOE se echó atrás en su órdago, la fractura quedó remendada y el poder a buen recaudo. De eso se trata, claro.
El PRC de Revilla ha modulado bastante las críticas de entonces a Pedro Sánchez. No sólo le ha respaldado en la moción de censura, también apoyará los Presupuestos del Estado a poco que cumplan con Cantabria. Un guiño cómplice ante el reparto de financiación europea para los proyectos que han presentado Revilla y Zuloaga, juntos pero no revueltos: La Pasiega del presidente regionalista, el nuevo Mupac del vicepresidente socialista, en cabeza de 102 iniciativas de toda índole más o menos desarrolladas a la carrera y por separado en las consejerías socialistas y regionalistas, con algunas buenas ideas en los ámbitos biosanitario y científico y en el desarrollo rural, y un cálculo global de casi 2.700 millones de euros. Cantidad más que calidad, la dispersión que se temían los más descreídos, con margen suficiente para que en Madrid y en Bruselas metan la tijera. A ver cuánto sacamos en claro, si la política de reivindicación obtiene esta vez algún rendimiento o si habrá que reincidir en la amarga queja.
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