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En sus 'Memorias de un periodista provinciano' se autorretrató José del Río 'Pick': «Nací en el barrio de La Florida, ese mismo barrio que Miguel Artigas, que vivió en él recientemente, solía llamar, medio en broma y medio en serio, «el barrio latino» porque en ... él estaban situadas las dos grandes bibliotecas del pueblo…».
En breve se reinaugurará el Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria superando el lamentable accidente de su incendio y el Ayuntamiento, con la restauración del museo y las bibliotecas, pretende apuntalar el carácter cultural del barrio aumentando espacios y posibilidades a las dotaciones culturales ya existentes –Museo, Biblioteca Menéndez Pelayo, Biblioteca Municipal, Archivo Histórico, Casa-Museo Menéndez Pelayo, Sociedad Menéndez Pelayo, Fundación Gerardo Diego, CDIS– y pensando en la creación del deseado Centro/Museo para interpretar y divulgar la historia de la ciudad a las futuras generaciones. Lo que sí puede afirmarse «en serio» es que el renombre universal de don Marcelino y de su Biblioteca y la feliz conjunción con Pereda y Galdós fue el punto de partida del prestigio cultural de Santander.
A principios del siglo XIX el Ayuntamiento cerró al tránsito el espacio comprendido entre el tinglado de jarcias que edificó Fernández de Isla y los caseríos que ocupaban todo lo que hoy es la acera norte de Jesús de Monasterio, espacio en el que se plantaron tres hileras de álamos y plátanos, se colocaron bancos de piedra con respaldo de hierro y la nueva Alameda se apellidó Primera cuando se construyó la actual Alameda de Oviedo.
La Alameda Primera se convirtió en el paseo por antonomasia y cuando, a finales de siglo, fue superada por el Muelle, periodistas y escritores sintieron la necesidad de recordarla con añoranza. En la Guía de Santander que publicó en 1875, Coll y Puig la describió así: «Corpulentos árboles prestan agradable sombra a este paseo muy grato en las tardes y noches de verano y resguardado a la vez de los vientos fríos del N. y el NE. es el elegido en las noches de invierno. Los bancos de piedra a uno y otro lado y el buen alumbrado atrae concu-rrencia en las noches de calor». Hacia 1865 la Alameda provocó lo que Simón Cabarga calificó como «el alarde urbanístico que supuso la construcción del barrio que se denominó La Florida». Al Norte de la Alameda, como casi todo lo que rodeaba la desaparecida muralla, Santander era un espacio semirrural, tránsito de servidumbres para modestas construcciones. En pocos años, trazando las calles Isabel la Católica y Florida para comunicar la Alameda con la calle Concordia, convirtieron la zona comprendida entre las casas de la Alameda y las calles Cervantes y Concordia en un barrio residencial. En 1880 prácticamente estaba edificado el barrio y abiertas las nuevas calles: Magallanes, Gravina y Rubio.
En 1876 había construido su casa, en la calle Gravina, la familia Menéndez Pelayo. Además de Marcelino y Enrique Menéndez, en el entorno de Florida vivían don Amós, la familia Barreda, José del Río y Coll y Puig.
José Antonio del Río narra en 'Efemérides' una anécdota que refleja la atracción de la Alameda como punto de encuentro: «Hacia el año 65 o 66, al pasar por la Alameda Primera, notamos que había un grupo de personas tan notables por su erudición como don Adolfo de la Fuente, don José María Pereda, don Tomás Agüero, don Sinforoso Quintanilla, don Castor Gutiérrez, con dos o tres más, quiénes de pie, frente a uno de los bancos, rodeaban a un niño y se reían y hacían gestos de admiración que llamaban la atención de algunos transeúntes. Me acerqué al grupo de conocidos, y algunos muy amigos...
–¿Qué es eso?
–Ese chiquillo que está ahí, que es un prodigio de memoria y talento. Acércate y lo verás.
Marcelino Menéndez Pelayo, que estaba acompañado de su tío don Juan Pelayo, director del Hospital San Rafael, estaba respondiendo a numerosas preguntas que le hacían escritores, periodistas y abogados para ponerle en aprieto y hasta confundirle, lo que no consiguieron».
El crecimiento de la ciudad hacia Numancia, el trazado de San Fernando y la calle Burgos como vía de tráfico, provocó la primera reforma de la Alameda y motivó una corriente de pesar. Escribió Enrique Menéndez: «Al leer la noticia fue cuándo se apoderó de mi la nostalgia de la Alameda y cuando se anunció la tala se produjo en la ciudad una enfermedad de Añoranza» y de José María de Pereda reproduzco: «…Ese paseo, de ramas abajo, de punta a punta, de lado a lado, lo sabía yo de corrido desde que andaba en la escuela; porque quizá no ha germinado desde entonces un pensamiento en mi cabeza que no le tuviera yo asociado en la memoria con algo de lo que allí se ha destruido…».
Todos esperamos ilusionados el poder disfrutar de los nuevos museos, pero a La Florida, con la Biblioteca como núcleo, le sobran razones para ser considerado un barrio cultural.
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