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La pequeña polémica provocada por el lugar idóneo donde instalar las Ferias de Santiago removieron recuerdos de infancia y originaron esta tribuna. De la Alameda hay muchos documentos gráficos y muchos retratos literarios. El día 4 de mayo de 1928, el artículo que publicaba 'Pick' ... en La Voz de Cantabria se titulaba: «Evocación sentimental de la Alameda Segunda» y de él reproduzco: «Nuestros padres nos enseñaban a amar la Alameda y luego los maestros, en la escuela, aumentaban esa devoción». Según cuenta, el maestro y un paseante los llevaban, en larga fila de parejas, hasta la Alameda, donde rompían filas y empezaban los juegos; costumbre perdida porque «hoy todos los colegios de importancia tienen sus parques propios, con sus campos de deportes y jardines de juego ¿Cómo resucitar todo esto que es el encanto sentimental de la Alameda?».
Esta añoranza del espacio de libertad de la infancia le encontramos también en José María de Pereda y en Enrique Menéndez Pelayo en sus recuerdos de la Alameda Primera, en Rodríguez Alcalde y los Jardines de Pereda, en Jesús Pardo y la Alameda de Cacho y en Álvaro Pombo y la Plazuela de Castelar.
Antes, en 1920, el pintor Gutiérrez Solana había publicado 'La España negra' y el encabezamiento del capítulo dedicado a Santander marcaba su evocación sentimental: «Presente y pasado: la añoranza de la ciudad vieja».
Cincuenta años después, Simón Cabarga en su 'Biografía de una ciudad' (el libro que debiéramos haber leído todos, y también deberíamos incluso releerlo, para entender y mejor nuestra ciudad), escribe, referido al texto de Gutiérrez Solana dedicado a la Cabal-gata y a las Ferias en la Alameda Segunda: «De toda la literatura que en torno a la Feria de Santiago se ha hecho, nada tan gráfico ni de tanto valor plástico como el capítulo que en un libro suyo escribió el genial pintor José Gutiérrez Solana, y a él es forzoso remitirse porque describe de mano maestra lo que eran las Ferias, evocando sus días de infancia. ¡Bendita ingenuidad!».
Simón Cabarga no se refugia en los recuerdos de infancia, escribe: «…Y aquellas salidas de los toros, con las gentes sentadas al borde del murete de la calle de San Fernando, viendo desfilar los coches de caballos, los primeros automóviles de pistón, altos y desgarbados; con los guardias civiles, a caballo, colocados de trecho en trecho en la amplia vía para encauzar la circulación febricitante que se desarrollaba entre nubes de polvo, chasquidos de látigos, bocinazos y el tan de los tranvías. Era uno de los espectáculos más risueños que las gentes gustaban y al que acudían como una obligación sagrada, para ver pasar las manolas y el coche de los toreros y al picador sobre un jamelgo, llevando a la grupa al monosabio camino de la fonda (…) En el año 1950, la feria recibió un documento municipal de desahucio, porque a la isabelina Alameda le llegó el momento de la transformación, y la ciudad de lona tuvo que buscar refugio a la orilla del mar» y dramatiza finalizando: «Inevitablemente, la vieja Alameda constituía un anacronismo, Era como una anciana señora sentada a soñar melancólicamente en uno de los bancos de altos respaldo de hierro…».
Para conocer su parecer he visitado en persona a la anciana Doña Alameda. Cuando nos hemos reconocido me ha dicho: -¡Cuánto has cambiado! Y yo he pensado: –¡Qué sabia reflexión! El paso del tiempo lo acusamos igual las personas y las cosas.
Les cuento cómo era doña Alameda cuando nos conocimos.
Hasta los quince años viví en San Fernando 50, que hoy sería la calle Alonso, por lo que, para nosotros, mis vecinos, la Alameda era un espacio poco poblado donde transcurrió una parte de nuestra vida sin que nada nos llamara la atención, salvo en el tiempo de ferias de Santiago, en el que, distraídos con el montaje de las casetas, circos y carruseles, vivíamos la ilusión que hoy puede provocar un Walt Disney. La calle Vargas terminaba donde comienzan hoy los edificios de mucha más altura. Allí había un gran solar donde cada año se instalaba el circo Feijoo, después el convento de las HH. Trinitarias, después el cine Alameda y, ya sin edificios, el Verdoso, coronado por el nuevo Colegio Ramón Pelayo, inaugurado en 1933 como muestra del agradecimiento de la ciudad al prócer enamorado de la enseñanza que había construido y dotado, en la provincia, más de treinta escuelas y colegios. En muchos aspectos es difícil hacer comparaciones entre las alamedas de mi niñez y la actual, pero, tanto Doña Alameda como yo, aunque hayamos cambiado seguimos existiendo. La encontré en su banco, resumida. Había ruido, teníamos que levantar un poco la voz para entendernos. Me contó que el Ayuntamiento, por las rotondas y el tráfico de Vargas, le había reducido mucho la casa y le habían dejado sin jardín; que no veía el Verdoso por ninguna parte y que no oía cantar ni gritar a los niños del Colegio, pero que, aunque sólo le faltan diez años para cumplir dos siglos, sigue con buena salud y que, aunque a veces echa en falta momentos de tranquilidad y ver tanta gente le cansa un poco, se siente acompañada.
La Alameda y su entorno era un lugar poco poblado. Muchos de los que añoraron la Alameda de su infancia es posible que posteriormente no la visitaran mucho. Hoy el entorno de la Alameda acoge una numerosa población. El desarrollo posterior al año 50, la construcción en altura, en su totalidad, de las calles San Fernando y Vargas, así como las nuevas, paralelas y verticales, a ambos lados de la Alameda, multiplicó extraordinariamente la densidad demográfica de la zona. La Alameda ha añadido a su encanto la vida de una vía de paso y cierto aire de enorme patio de vecindad. Hoy no podría ser utilizada como zona de juego porque durante todo el día está ocupada. Además de los que la utilizan como camino a sus quehaceres, hay personas mayores que lo hacen muy despacio, acompañadas, niños pequeños que juegan vigilados por sus padres, personas que la utilizan como zona de descanso o encuentro. Me he fijado sobre todo en los niños, en su mirada, disfrutan; quizá el día de mañana no añoren la Alameda, pero deseo conozcan el pasado de una vía histórica de la ciudad: visitada por reyes, escenario de dramática batalla entre isabelinos y liberales, en verano escenario festivo de bailes populares y Ferias de Santiago. Cuando quise despedirme me dijo:
-No. Yo sigo aquí esperando a quién quiera visitarme.
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