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En el último cuarto del siglo XVIII Cañadío era un lugar verde donde, como en todos los alrededores de la villa, se cultivaban viñas y en su orilla se apilaban cañas que servían para atar las parras y hacer artes de pesca. La bahía formaba ... un playazo que se denominaba la Maruca, y así lo describe Pereda en 'Sotileza': «Estaba tentadora la Maruca cuando pasaron junto a ella los cuatro muchachos que se encaminaban a San Martín».
María del Carmen González Echegaray nos contó en su obra 'Del Muelle a Cañadío', escrita con exquisita sensibilidad y cariño (fue su barrio), la prehistoria, el parto y los primeros pasos de 'La Nueva Población de Peña Herbosa'. En este espacio verde, cuando aún llegaba el mar «al pie mismo de las paredes de lo que es hoy calle de Pedrueca, manso, en suaves festones de sucia espuma, que se quedaban prendidos entre las piedras de la ribera», en el año 1786, Antonio del Campo, trasmerano de la Junta de Cudeyo, joven emprendedor de 27 años de edad, decidió, «aprovechando el mucho lúpulo que produce anualmente la Montaña», construir en Santander, donde ya había otras tres, una nueva fábrica de cervezas, al borde del mar para, sirviéndose de bergantines propios, exportar la producción a puertos europeos y americanos. Escogió el espacio inmediato a las peñas Molnedo y Herbosa para aprovechar el agua de una fuente existente en el lugar que muchos años después ocuparía el Garaje Sancho y en la actualidad el Centro de Mayores Cañadío. El éxito de esta empresa fue tal que, en 1790, con sólo tres años de funcionamiento, el rey Carlos IV reconocía el trabajo de Antonio del Campo «en atención al esmero y al dispendio realizado en la fabricación de cervezas de la mejor calidad concedo a la fábrica el título de Real, permitiendo que sobre las puertas y almacenes ponga las armas reales». Del Campo había invertido en la fábrica 2.147.133 reales y había exportado 849.807 botellas de cuartillo y medio.
Los barcos atracaban al pie de la fábrica, en muelle propio, y uno de los bergantines, de 120 toneladas, fue bautizado Cervecero Cañadío. La cerveza era de excelente calidad. Según el Real Consulado «la cerveza de Santander era equivalente a las más festejadas de Bristol». Antonio del Campo, que había ampliado considerablemente su empresa en Campogiro, recibió, en 1797, el título de Conde de Campo Giro en reconocimiento al trabajo realizado, no sólo por el número de empleos creados en diferentes empresas, «sino también al aumento de mi Real Erario».
En 'Del Muelle a Cañadío', una fotografía no fechada, puede ser de hacia 1870, no muy nítida, pero con el encanto de las primeras fotos, muestra la casa de Rábago y los restos de la fábrica, y en el suelo de la plaza parecen apreciarse numerosos barriles de los que se utilizaban para enviar, en su interior, las botellas.
Los amigos de Sotileza iban, desde la Maruca a San Martín, para ver llegar La Montañesa a su regreso desde La Habana capitaneada por el padre de Andrés, uno de los protagonistas de Pereda. Hicieron el paseo por el ribazo de la bahía, por prados y arenales, bajo las Peñas de Molnedo y Herbosa, por el camino que hoy sería Cañadío, Daoíz y Velarde, Peñaherbosa, Juan de la Cosa y la punta de San Martín. En 1846 se construyó la casa del Muelle esquina a Lope de Vega y su propietario, Manuel Abascal, contemplaba desde el balcón que sigue existiendo en este edificio en la fachada de Lope de Vega, el trabajo del astillero de su propiedad emplazado en el solar donde se construyó, en esta calle, la casa de los azulejos. En 1850, detrás de las casas del Muelle, sólo se había edificado la casa de los Arcos de Botín, según Pereda: «Inaccesible, sola y deshabitada».
Impresiona la obra realizada en Santander en la segunda mitad del s.XIX. El impulso recibido por el puerto cuando se autorizó el libre comercio con los puertos americanos y el viento favorable para los navieros, los comerciantes con ultramar, la minería y el aumento de población provocada por vascos y franceses, que huían de la guerra y de la peste, y por los castellanos que traficaban y exportaban lana y harina. Ello permitió afrontar la realización de dos ambiciosos proyectos: el Nuevo Ensanche de Maliaño y la Nueva Población de Peña Herbosa. El primero llano, sobre un espacio ganado al mar; el otro difícil, debiendo salvar la gran altura de un terreno costero cortado a pico, sin ladera hacia el mar resuelto de forma armoniosa al salvar el desnivel en escalera, con algunos peldaños cómodos (Hernán Cortés-Peñaherbosa) y otros demasiado altos (Bonifaz-Santa Lucía). En unos es muy visible el esfuerzo, como en la acera norte de Bonifaz construyendo un muro que permitió la edificación del convento de las Siervas en un terreno cedido por Santos Gandarillas; en otros casos ocultos como la Peña de Molnedo encerrada en la gran manzana que forman Daoíz y Velarde, Lope de Vega, Santa Lucía y J.R. López Dóriga y sobre la que se edificó en 1927 el Colegio Público Menéndez Pelayo. Cañadío y su entorno es hoy un espacio urbano singular donde, a veces, la marea alta, ahora humana, choca en su vaivén con los limites serenos que le circunda, sobresaltando a los sufridos vecinos que la habitan. Fiel a su pasado, en Cañadío sigue habiendo cerveza pero también todas las ofertas que necesitamos.
Además de su riqueza comercial, la Nueva Población que sorprendió a tantos viajeros, nos tienta hoy con el más amplio abanico gastronómico; los niños juegan en libertad en sus plazas; el Ateneo y el Centro de Estudios Montañeses, en el mismo edificio de Pedrueca-Gómez Oreña, mantienen encendida la lámpara de la cultura regional que se verá reforzada, en breve plazo, con el nuevo Faro que el Santander ofrecerá en el edificio que fue su sede y, en el solar de la antigua cervecera, el Centro de Mayores Cañadío acoge diariamente numerosos socios que encuentran, en su oferta, relaciones humanas, salud, cultura, diversión, idiomas, y todos, si lo necesitamos, tenemos abiertas las puertas de Santa Lucía para recogernos en la serenidad de nuestro silencio o en la deseada oración compartida.
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