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Hace poco leíamos con enorme satisfacción la noticia que la revista inglesa 'Monocle', especializada en sector negocios y tendencias, había elegido Santander como la segunda mejor ciudad para vivir, menor de 350.000 habitantes. La noticia provocó la escritura de este artículo. Amo tanto a ... esta ciudad que he disfrutado siempre cuando amigos, de aquí o de fuera, indudablemente casi siempre más jóvenes, me preguntan curiosos por el pasado; he echado de menos la existencia de un museo de la ciudad, porque si nosotros, al contemplar imágenes antiguas de personas o cosas, disfrutamos recreándonos en el recuerdo de lo que vemos, las generaciones menores de cincuenta años, cuando quieren conocer el pasado de nuestra ciudad, no encuentran cómo situar sobre el plano de la ciudad actual los hechos o preguntas que se hacen.
Santander es una ciudad moderna, muy moderna. Por documento oficial reconocida como tal desde 1755. Tenía 2.700 vecinos. Era una villa amurallada que contaba con dos pueblas separadas por la ría de Becedo, comunicadas por un puente de tres arcos. La ría ocupaba la actual calzada de Calvo Sotelo y en su parte inmediata a la plaza del Ayuntamiento formaba un puerto natural donde el rey Enrique II ordenó, a finales del S. XIV, la construcción de las atarazanas como base de su escuadra permanente de galeras. Tenían las atarazanas unos cuarenta metros de frente por setenta de fondo, que ocupaban cuatro naves con arcos de sillería con un fondo de doce tramos. En la ría desembocaba el arroyo que descendía desde Cuatro Caminos por Mies del Valle. Para poder crecer, a finales del S. XVIII, comenzaron a demolerse las murallas. Santander creció considerablemente en población por el aumento del movimiento portuario al autorizarse el libre comercio con los puertos americanos.
Para poder construir los ensanches urbanos, Santander comenzó a pedir a su bahía la cesión de terrenos. En la actualidad podemos decir que hemos usurpado a la bahía, de la que tanto presumimos, la mitad de su superficie. La ciudad creció superando el dolor de la enorme tragedia urbana, pero sobre todo humana, del Machichaco; de la dolorosa contienda fraternal del 36 y del indescriptible incendio de 1941 que tuvo la increíble ocurrencia de asolar todo el espacio de la villa que estuvo amurallado, arrancando de raíz espacios y edificios que pudieran servir de guía en los recuerdos. En Santander sólo se conserva, anteriores a 1755, la iglesia de la Compañía, las iglesias del Cristo y la Catedral, ésta y su torre reconstruidas en casi su totalidad, y la iglesia del convento de la Santa Cruz (posteriormente Tabacalera), en la actualidad pendiente de restauración. Como único testigo civil, el palacio de Pronillo (S.XVI), el primero de los edificios que en la villa construyó la familia Riva-Herrera; su residencia inicial fue la Torre de Gajano. En Pronillo, la familia Riva-Herrera hospedó a Medina-Sidonia cuando en 1588 regresó al puerto de Santander con los restos de la Armada Invencible, y desde donde escribió a Felipe II la frase: «Yo mandé mis naves a luchar contra los hombres, no con los elementos».
Santander es hoy una ciudad moderna, activa, acogedora, elegante, bella, muy bella, admirada por su bahía, por su entorno paisajístico, con la perla de la península de la Magdalena, su palacio y su parque, dominando el contraste de dos paisajes diferentes: las aguas tranquilas de la bahía y el mar abierto del Sardinero con sus playas doradas y los acantilados de Cabo Mayor y su faro. La reconstrucción posterior al incendio al asolar el cerro de Somorrostro para trazar la nueva ciudad llana, abierta al puerto, dificulta relacionar los mismos lugares en diferentes épocas.
Sería muy curioso conocer dónde situarían nuestros estudiantes de ESO y Bachillerato la acción de los siguientes textos descriptivos del Cabildo de Arriba porque sin duda nos aportarían curiosa información.
«En aquél portal cantan dos sardineras; desde aquella buhardilla conversa alegremente una familia con la que vive en la de enfrente y en la calle, riñen dos mocetonas, se arañan otras tres en medio del arroyo, en la taberna disputan dos pescadores y gime un rapaz en esta bodega (…) Por esta derrengada escalera se sube al primer piso, en el cual vivirán, por lo menos dos familias, y continuarán por la escalera, y se ramificará hacia arriba y hacia abajo, y hacia la derecha y hacia la izquierda, y en todos los pisos hasta el quinto, y en todos los cabretes y rincones, y en todas las buhardillas y hasta en los balcones, habitarán pescadores oprimidos, sin luz, sin aire… y sin pena felizmente, pues a tenerlas, por la idea de su condición, no las sufrieran vivos muchas horas». José María Pereda, 'Pasacalles'.
«Arteria vital de la Puebla Vieja, residencia de dignidades eclesiásticas y de familias de los primeros y más antiguos linajes. A un lado y otro, casonas rezumando verdines de bronce, portones de ojiva con aldabones de hierro labrado; casas de descomunales aleros que casi se abrazan en lo alto (…) Conservó hasta el final de sus horas un silencio que impresionaba, como si el paso de la historia hiciera a todos andar de puntillas…» J. Simón Cabarga, 'Rúa Mayor'.
«Aquel centro de Santander abigarrado, heterogéneo y vital, saturado de casas apiñadas y gentes de todas clases, adornado con el comercio más moderno y deslumbrante, a la vez que salpicado de rincones degradados, corraladas, callejones y lupanares, desapareció para siempre». J. L. Casado Soto, 'El incendio de Santander'.
Conocer es amar, pero las nuevas generaciones, más aficionadas a las redes que a la lectura, no tienen muchas oportunidades de conocer nuestra historia ni les preocupa desconocer los hombres que la protagonizaron. Esta creencia alimenta mi obsesión de la necesidad de un museo de la ciudad atractivo, animado, vivo. Hoy hay muchos medios para conseguir estos objetivos, donde lo activo provoque la curiosidad y el interés por nuestra historia.
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