El valor de la amistad

La amistad no es algo estático, sino dinámico: puede crecer o menguar. Y admite grados: desde las más superficiales a las más íntimas. También es verdad que incluso la mejor de las amistades puede pasar por horas bajas. La amistad supone dejar entrar a otro en nuestra ciudadela interior, en los pasadizos del propio castillo para que vea y observe lo que hay allí, ayude y comprenda.

Tres notas caracterizan la verdadera amistad, según el psiquiatra Enrique Rojas ('ABC', 8 de febrero de 2018):

1. La afinidad: se comparten ideas, creencias, orientaciones de la vida. Muchas veces se busca una cierta complementariedad...

2. La donación: capacidad para entregarse. Puede comenzar dando lo que uno tiene (dinero, tiempo, comprensión), pero pronto necesitaremos darnos nosotros mismos. Dice Sancho Panza en el Quijote: «Amigo que no da y cuchillo que no corta, aunque se pierda no importa».

3. La confidencia: o sea, capacidad y confianza para contarse cosas íntimas, personales, auténticos secretos. La amistad se hace de confidencias y se deshace con indiscreciones. Por eso para mantener la amistad es conveniente empeñarse en no hablar mal de nadie. La amistad es comprensión, diálogo, confianza, búsqueda de consejo, alegría común y pesares compartidos, capacidad de sintonizar y de discrepar.

¿Qué ingredientes ha de tener una amistad verdadera y duradera? San Elredo de Rieval en su 'Tratado sobre la amistad espiritual' nos ha dejado la receta: «Esta es la verdadera, la perfecta, la estable y constante amistad: la que no se deja corromper por la envidia; la que no se enfría por las sospechas; la que no se disuelve por la ambición; la que, puesta a prueba de esta manera, no cede; la que, a pesar de tantos golpes, no cae; la que, batida por tantas injurias, se muestra inflexible; la que, provocada por tantos ultrajes, permanece inmóvil».

Los familiares nos vienen dados. A los amigos, en cambio, los escogemos libremente y nos unimos a ellos con un lazo emocional y espiritual, a veces, más fuerte que el de la sangre. «Hay amigos más apegados que un hermano», dice el libro bíblico de los 'Proverbios' en el capítulo 18, versículo 24. Los amigos son esa ayuda adecuada que Dios nos pone en el camino para arrancarnos de la soledad que todos llevamos dentro. Son esos faros luminosos que iluminan nuestra noche y que nos impulsan a esperar pacientemente la luz del día.

Hoy todo el mundo habla de la amistad, pero pocos saben ser amigos. Porque hay amigos ocasionales que pasan por nuestra vida como un soplo fresco, pero duran poco. Cuando nos visita la prueba y se nos tuercen las cosas desaparecen como por encanto. Por eso el libro de los 'Proverbios' recomienda sabiamente: «Si ganas un amigo, gánalo en la prueba, y no le des confianza demasiado pronto». Necesitamos amigos a toda prueba. Son aquellos que han traspasado la barrera del tiempo, del cansancio y del aburrimiento. Son los que han perdurado a través de los años. Los que han demostrado firmeza y fidelidad en las duras y en las maduras, todos los días de nuestra vida. Son aquellos de los que uno se atreve a decir: «Estaremos juntos hasta que la muerte nos separe», y con los cuales siente una alianza implícita de amor eterno.