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Hay un programa de televisión que me entretiene y me ha hecho pensar. Se llama 'Cazatesoros'. La idea es sencilla: dos propietarios de una tienda ... de antigüedades recorren los Estados Unidos buscando en trasteros, garajes, sótanos... objetos abandonados, inservibles, pero para ellos de gran valor. Los protagonistas dicen: «Estamos buscando cosas asombrosas enterradas en garajes y graneros... Cada objeto tiene su historia. Nos ganamos la vida contando la historia de los Estados Unidos pieza por pieza». Se pone de manifiesto que los objetos más sencillos tienen valor simbólico, «hablan» de la vida de la gente y de cómo es y ha evolucionado una sociedad. El gran valor de una antigua bicicleta o un viejo y oxidado cacharro de cocina se encuentra en que contribuye a explicar la historia de una comunidad. La historia local se refleja en las viejas fotografías, en útiles escolares abandonados en el desván, en mil objetos de la vida cotidiana de los abuelos: ropas, herramientas y aperos de labranza, muebles, juguetes...
Los objetos cotidianos, domésticos, explican el nivel tecnológico de una sociedad y hablan de los esfuerzos que la población hace para vivir. Las necesidades, las prioridades y los sueños de un grupo humano se pueden rastrear observando qué herramientas se utilizan en el trabajo y qué objetos se exponen en una vitrina de la casa. Estos objetos abandonados en un trastero forman una parte de la cultura material de un grupo humano y ayudan a comprender su modo de vida (y también su forma entender la existencia). Por tanto, sacar del olvido a estos objetos constituye una tarea muy valiosa.
El programa de televisión también enseña el valor que tiene el resultado del paso del tiempo en los objetos. Es decir, el óxido de una herramienta, la pérdida de pintura de un cartel, los desperfectos de un mueble... muestran que esos objetos han tenido vida, que han sido útiles. Siguiendo esa lógica, se destaca que suele ser un disparate pintar y dejar como nueva la oxidada bicicleta que tiene más de 150 años; es decir, esa torpe restauración acaba con la historia que cuenta el objeto.
Con frecuencia, los 'cazatesoros' descubren que, en un pueblo perdido, un norteamericano común tiene la afición de buscar, coleccionar objetos, y hacer un museo sobre la historia de su localidad; y su gran orgullo es que lo visiten los niños de la escuela y que vean cómo vivían sus abuelos. ¿No es digno de admiración? ¿No estaría bien que imitásemos esta idea en lugar de incorporar costumbres muy discutibles?
Me encantaría que esas magníficas iniciativas se extendieran en los pueblos de mi región, de toda España. Estaría muy bien que particulares, asociaciones, grupos de voluntarios, con el respaldo de los poderes públicos o con el patrocinio de algunas empresas, recogieran, clasificasen y expusiesen los objetos de la vida cotidiana de nuestros mayores. Claro que existen museos etnográficos en algunas localidades (entre otros, el Museo Etnográfico de Cantabria es un magnífico ejemplo); además, en algunos pueblos se han recogido fotografías antiguas para hacer exposiciones y libros sobre la vida de las generaciones que nos precedieron, pero son la excepción.
Pienso en espacios polivalentes con distintas dependencias que sirvan para reuniones de colectivos, conferencias, exposiciones, biblioteca y, también, un «museo» con la historia de la localidad (fotografías, maquetas, explicaciones de los acontecimientos históricos y, sí, objetos de la vida cotidiana). Me vienen a la cabeza edificios vacíos -algunos, manifestaciones relevantes del patrimonio arquitectónico- que, por abandono y falta de uso, se convierten en ruinas.
A los pueblos se les da vida con actividad económica, con carreteras y medios de transporte, con fibra óptica para las conexiones, con escuelas, con oferta de viviendas, con servicios sanitarios y sociales, con oficinas bancarias... y, también, con equipamientos culturales y animación sociocultural.
Junto con el edificio de la iglesia, y la pequeña ermita, y la vivienda, y la cabaña, y el puente, y ... también forman parte del patrimonio cultural esos antiguos y comunes objetos domésticos, y los obsoletos útiles de trabajo, y los viejos vestidos, y los antiguos materiales educativos. Todos ellos sirven para conservar la memoria, hablan de cómo vivíamos y explican cómo hemos cambiado.
Las referencias del ayer nos permiten comprender el hoy. A veces, conservar es contribuir a que el progreso tenga sentido, y sea sólido. Como explica Octavio Uña: «Algunos objetos tienen un don: redimirnos de la soledad». Releo un texto Julio Cortazar sobre Gardel; ahí señala que prefiere escuchar los viejos tangos en los antiguos aparatos de música, con todas las distorsiones imaginables, para de esa forma volver a lo auténtico, bien distinto de las precisas grabaciones y los magníficos y modernos reproductores de música. Pues eso: en ocasiones, lo viejo, lo roto, es más auténtico, tiene más verdad.
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