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No vamos atrás, vamos a un lugar mucho peor. Vamos hacia un mundo en el que, habiendo apenas atisbado cierto halo de igualdad, de reconocimiento de derechos, de respeto; hemos decidido que no nos compensa como sociedad. Que las voces deben ser acalladas y las ... mujeres vilipendiadas. No es un país cualquiera el que acaba de retroceder en la historia y en los derechos de las mujeres a unos siglos que no queremos recordar. No es un país cualquiera porque es el referente económico, cultural y político del resto de estados del planeta. Es el espejo en el que se miran las democracias y el espejo que refleja cómo basta una crisis para que las mujeres vuelvan a ser las mayores perjudicadas. Derogar el derecho al aborto es enviar a las mujeres al ostracismo, al oscurantismo, a la precariedad y al desánimo. Es obviar que nuestros cuerpos son nuestros y que años de lucha y de sinsabores nos costó, les costó, a mujeres que así lo reivindicaron, lograrlo. Leía hace unas semanas un artículo de opinión de Margaret Atwood en el que se lamentaba de la visión que tuvo al crear la ficción de Gilead. Ese retroceso de Estados Unidos hacia una sociedad en la que la infertilidad de la humanidad abocaba a deshumanizar a las mujeres como meras fábricas de criaturas, una sociedad en la que la violación se sacraliza en pos del deseo (que no del derecho) de las familias privilegiadas a tener descendencia ha dejado de ser ficticio. Un gran número de mujeres en situación de desprotección y pobreza se abocan al destino de 'alquilar' sus cuerpos para vender a las criaturas que albergan sus vientres; un gran número de familias o personas privilegiadas sienten que tienen el derecho de formar una familia por el mero hecho de desearlo y poder pagarlo. Y, ahora, el país democrático más poderoso del mundo decide que el cuerpo de las mujeres es cuestión de estado y abolir el derecho constitucional al aborto. Así, sin más dilación, la Corte Suprema decidió, gracias (o desgraciadamente) a los votos de la judicatura conservadora que no existe el derecho constitucional al aborto como tal; dejando que sea cada estado quien decida permitir o no la interrupción del embarazo.
Una vez más, las mujeres dependerán de su capacidad económica para decidir sobre sus vidas ¿quién podrá viajar a otro estado para abortar como en España se hacía, hace no tantos años, a Londres? Aquellas que posean recursos económicos para llevarlo a cabo o aquellas 'afortunadas' que puedan recurrir a las organizaciones feministas que verán un triste retroceso en su activismo teniendo que organizar convoyes que asesoren y acompañen a las mujeres a una intervención que solo debiera concernirles a ellas. Y es que, una vez más, una minoritaria (y privilegiada) parte de la población decide sobre el resto. El 60% de la ciudadanía está a favor de la interrupción voluntaria y legal del embarazo en Estados Unidos. Una vez más la religión se cuela en la legislación y asistimos con aturdimiento a declaraciones tales como la del fiscal general de Texas que anunció el mismo viernes en su cuenta de Twitter: «Alabado sea el Señor, el aborto es ahora ilegal en Texas. Y hoy cierro mi oficina y declaro fiesta anual en memoria de los 70 millones de vidas perdidas por culpa del aborto». Así, sin más. Fiesta anual en conmemoración de una ley que anula la voluntad de las mujeres pero que debe alegrar mucho a ese dios al que invocan. Los estados que ya están acogiendo como propia la derogación del aborto no se quedan en la superficie, ahondan en el sufrimiento de las mujeres «prohibiendo el aborto desde la concepción en todos sus supuestos, salvo en casos de emergencia médica, sin excepciones para los que resultan de una violación o un incesto». ¿De verdad nos están diciendo no solo que una mujer que decide abortar no tiene el derecho de hacerlo?, ¿de verdad nos están indicando que una mujer violada debe parir a esa criatura sin querer llevarlo a término?
No vamos atrás, vamos hacia el abismo, vamos hacia un lugar, hacia un tiempo harto peor. Mucho peor porque ya lo creímos superado, porque ya luchamos por lograrlo y porque constatamos que ningún derecho llegó para quedarse y que basta un volantazo en el camino para que las mujeres veamos nuestro mundo tambalearse. Queridas, queridos, no es momento de quedarse en casa para lamernos las heridas; no es momento de paralizarnos, no demos por sentados nuestros derechos. Estados Unidos es un espejo en el que ahora, más que nunca, debemos mirarnos para romper el fatal reflejo y no dejar que se replique ese hedor moralista en nuestras carnes.
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