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Oyendo las intervenciones del presidente y de los parlamentarios de los distintos grupos políticos en la sesión de control al Gobierno y las posteriores declaraciones a la prensa de los portavoces de los partidos, uno no puede más que sorprenderse de que todavía sigan con ... la matraca del «y tú más», arrojándose a la cara los diferentes recuentos de fallecidos e infectados, según quién y cómo se contabilicen, como si estuvieran hablando de la clasificación de una liga deportiva. Y digo que despiertan «sorpresa» para suavizar los verdaderos sentimientos de indignación y repulsa que provoca la frialdad con la que el presidente y su guardia pretoriana de vicepresidentes y ministros (supongo que en un intento de hacer ver su ficticio «omnímodo» control de la situación) afrontan cifras tan escalofriantes como las de los más de 28.000 muertos, los más de tres millones de trabajadores afectados por los ERTE, el medio millón de los que ni siquiera se les ha reconocido aún la prestación o el incontable número de autónomos, pymes y micropymes que no volverán a abrir sus negocios.
Indignación que aumenta ante el anuncio semanal de las sucesivas fases del 'plan de desescalada' explicado por el presidente en su estelar aparición televisiva, como una pirueta de malabarista de tan imposible comprensión que no cesan en todas las redes sociales los mensajes, incluyendo «cuadros explicativos de las distintas fases». Y yo me pregunto: ¿De verdad cree este Gobierno que la reactivación de las pymes, en su inmensa mayoría inmersas en expedientes de regulación temporal de empleo y pendientes de que los créditos ICO se hagan efectivos, puede hacerse por fases? ¿Cree que los salarios, los alquileres, los suministros..., se devengan por fases?
Dejando a un lado la crítica a las incomprensibles decisiones de un Gobierno más preocupado por «su propia salud» que por la de sus ciudadanos, quiero reclamar no solo al Gobierno, sino a todas las fuerzas políticas, que de una vez por todas aúnen esfuerzos para encontrar soluciones prácticas y eficaces que nos ayuden a salir cuanto antes de este sumidero. Vengan de quien vengan pues, afortunadamente, seguimos siendo una democracia parlamentaria y, como tal, todos los diputados del Congreso nos representan; los afines a nuestra ideología pero también los que están en las antípodas de ella. Déjense ya de teorizar y, sobre todo, déjense ya de competir con la vista puesta únicamente en el beneficio de sus respectivos partidos y empléense en la difícil tarea de guiarnos hacia la salida de una crisis que, a todas luces, va a ser infinitamente mayor que la ya padecida.
La talla de un líder político no se mide por sus brillantes proclamas ni por su capacidad de adiestramiento de fanáticos seguidores, sino por la seguridad y firmeza en la toma de decisiones difíciles, aunque necesarias, para la consecución del único fin legítimo: mejorar el bienestar y la calidad de vida de sus compatriotas.
Y, por favor, no se escuden en la comparación con otros países -de nada nos sirve que EE UU, El Reino Unido, Brasil o cualquier otro, nos lleve la delantera en la fatal carrera contra el virus- ni tampoco en que Europa no atiende a sus demandas, pues no son sino disculpas de mal pagador.
Aun cuando es cierto que ahora más que nunca la Unión Europea debe hacer un esfuerzo para cumplir sus objetivos fundacionales -reforzar la cohesión económica, social y territorial y la solidaridad entre los Estados miembros- no lo es menos que, en los últimos años España ha incumplido reiteradamente las directrices presupuestarias comunitarias y que, en ese contexto, las reticencias de los miembros cumplidores resultan, cuando menos, prudentes; toda vez que los gobiernos de esos países también tienen que rendir cuentas a sus ciudadanos y, obviamente, resulta muy difícil explicar que tienen que asumir la deuda de quienes, sistemáticamente, incumplen sus compromisos.
Así las cosas, la unión real y efectiva de todas las fuerzas políticas en las difíciles decisiones sociales y económicas que es preciso adoptar, se hace imprescindible para trasladar, no solo a nuestros compañeros europeos, sino también a los ciudadanos, la necesidad de seguir cumpliendo unas exigencias que, de una u otra manera, merman nuestros derechos fundamentales pero sin las cuales será imposible volver a recuperar el estado de bienestar anterior a esta pesadilla, que tanto esfuerzo nos costó alcanzar. Bien sabemos que no es la primera vez que se nos pide un esfuerzo semejante de unión, solidaridad y consenso. La generación que nos enseñó que todo ello era posible está siendo la más castigada por este implacable enemigo. Es este el momento de hacer honor a la grandeza de ese legado y demostrar que aprendimos la lección y que somos capaces de remar todos juntos de nuevo en pos del bien común.
Vamos a lo importante. No hay tiempo que perder y por eso les pido que, de verdad, sin más trámites, dejando a un lado la «geometría variable» y las «mayorías asimétricas» a las que nos tienen acostumbrados, aúnen sus esfuerzos en conseguir lo único que debe preocuparles: superar cuanto antes los graves perjuicios de este desastre.
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