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A la vejez, viruelas. ¿Por qué no? No es mi intención hacer broma con esa enfermedad que ha matado a lo largo de la historia a cientos, quizás miles de millones de personas, palmarés que deja a nuestro coronavirus como un simple y pandémico ... aprendiz. El video que ha circulado estos días por las redes sociales sobre la hazaña de Isabel Zendal y la expedición filantrópica de Carlos IV, aquélla que viajó a América en 1803 con 22 niños huérfanos (ninguna niña, por cierto) a los que se infectaba de dos en dos la viruela para transportar la vacuna humana y salvar así a la población del nuevo mundo, tampoco es para bromas, y sí para admirar esa gesta histórica y plantársela en los morros a tanto difamador de leyendas negras.
La viruela, y su desaparición de la faz de la Tierra en 1980, es el ejemplo esperanzador del valor de las vacunas y del futuro de esta pandemia que sufrimos y que tanto se ha cebado en las personas mayores, mientras que la viruela lo hizo con los niños. Ése es el motivo por el que el refranero recoge lo de 'a la vejez, viruelas' como una referencia más o menos jocosa de las personas que entradas en años hacen cosas más propias de jóvenes.
Así que, con el refrán en mi boca, pero con admiración sustraída a la misma expedición filantrópica, le mando un abrazo prolongado y con mascarilla a mi buen amigo Carlos Bribián, que el pasado día de los enamorados contrajo matrimonio en Cabezón de la Sal con Merche, una 'chavala' de sesenta y tantos. El próximo martes, día 9, un grupo de amigos le felicitaremos por su nonagésimo quinto cumpleaños y por demostrarnos que el amor, como tantas y tantas cosas, no es exclusivo de ninguna edad y nos contagia a todos de valentía y decisión.
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