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No podemos abandonar a las miles de personas que están viviendo en este momento en condiciones infrahumanas». Estas palabras no están sacadas del argumentario de Podemos ni las ha dicho un dirigente aleatorio del PSOE. No se pronunciaron en la playa de Ceuta ni mientras ... un barco cargado de sirios pedía auxilio para desembarcar en puerto. Esta frase la dijo hace más de dos décadas José María Aznar -el mismo del puro, copa y pies encima de la mesa al lado de Bush- poco antes de que España abriera sus puertas a 2.500 refugiados bosnios. Yugoslavia se desintegraba por la guerra y todas las comunidades autónomas acogieron un cupo de refugiados mientras sufrían la mayor crisis económica conocida en democracia y registraban casi dos puntos más de paro que ahora. A Cantabria llegaron 60 albanokosovares que se mudaron al edificio del antiguo hospital de Torrelavega, rehabilitado exclusivamente para atenderlos. La coyuntura económica no sirvió entonces de excusa en la respuesta a la emergencia humanitaria. Ni un solo partido rechazó la ayuda. Pero en los últimos veinte años parece que nos hemos envilecido. Quizás somos más racistas o, simplemente, tenemos más miedo.
Solo así se explica la polémica por el compromiso del Gobierno cántabro en acoger a siete menores extranjeros procedentes de Ceuta. Allí fue donde la irrupción de miles de marroquíes en suelo español obligó a Pedro Sánchez a incumplir su credo migratorio y electoral, por ejemplo, con las devoluciones en caliente. Madrid, al contrario que el resto de comunidades, ha votado en contra de prestar ayuda y, aquí, en nuestra región, Vox ha mostrado su rechazo a que esos siete niños lleguen «en busca de subvenciones, y poniendo en peligro la seguridad y el bienestar de los españoles». En los tiempos de la solidaridad del trampantojo -como quedó demostrado durante la pandemia con el apoyo a los sanitarios y la relajación posterior- la ayuda a otro ser humano se ha politizado. Ya no es compatible posicionarte en contra de la política exterior de España y, al mismo tiempo, dar asilo, aunque sea temporal, a los que huyen de su país. A muchos les sonará a demagogia, pero no hay mejor política migratoria que la empatía, ponerse en el lugar del otro y no tratarle como no te gustaría que tratasen a tus hijos.
No es la primera vez que Vox criminaliza al extranjero por el mero hecho de serlo. Ya pidió que se retiraran las subvenciones públicas a las ONG que prestaban ayuda a los inmigrantes irregulares y que se les negara la asistencia sanitaria gratuita. También pidió cerrar los centros de acogida a menores de otros países e, incluso, reprochó al Papa Francisco que calificara de «mandato bíblico» acoger inmigrantes. Con la repatriación como única alternativa, parece que Vox prepara otra campaña centrada en el 'ellos contra nosotros'. La realidad es que la única diferencia entre la arena de su desierto y la del Puntal de Santander son los 1.004 kilómetros de agua y carretera que les separan. Esa es la distancia que hay entre pasar hambre cada día y el chalé, los dos coches y el vermú con rabas los domingos.
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