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De un mes para acá no dejo de asombrarme ante un fenómeno más antiguo que Dalila y Sansón; no es otro que la venganza pública y publicitada. Primero fue el Príncipe Harry con 'Spare', después vino Georg Gänswein con 'Nada más que la verdad, mi ... vida al lado de Benedicto XVI'. Pero faltaba la venganza de Shakira en forma de canción, un despecho amoroso que en pocas horas ha logrado millones de visualizaciones, de euros y la vuelta a la fama del Renault Twingo.
Estas actuaciones debilitan a la monarquía, a la Iglesia y destrozan una familia; todas tienen en común, el efecto ventilador sobre sus miserias. Parece ser que en la sociedad mediática en qué estamos: defender, hacer apología de la venganza, tiene morbo, da audiencia, y consiguientemente genera dinero. También produce sucesivas conspiraciones, falta de credibilidad en todo o en casi todo, creando al final un clima de banalidad, superficialidad, consumado y consumista. El debate no es que la gente no pueda quejarse, protestar… Esto no va de libertad de expresión, aquí la cuestión es que toda esta historia no es otra cosa que una apología de que la venganza no solo es buena sino que debe ser pública. Da igual humillar a terceras personas o lograr que los hijos escuchen lo que no deben sobre sus padres. ¡Tú desahógate!, que eso es lo importante.
Ojalá lo expuesto sirva de contraejemplo. Quiero llamar la atención sobre el prejuicio de tales comportamientos, subrayando que los damnificados en las separaciones, son los hijos, cuyo bienestar es más importante que dar rienda a la manida venganza. Mi abuelita decía: «Los trapos sucios se lavan en casa».
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