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El concepto de 'ventana de oportunidad', que condona el oportunismo como modus operandi de la política, es una de las estrategias que más daño han hecho en la historia de los pueblos desde sus orígenes. Aprovechar la supuesta debilidad del oponente para darle el golpe ... de gracia, ha sido un impulso irresistible que ha traído más tragedias que otra cosa; las guerras, principalmente. La idea de destrucción creativa, en lugar de políticas constructivas, no solo ha plagado la economía sino aún más intensamente la política; ya hablemos de política nacional o internacional. El conflicto de Ucrania sería un ejemplo paradigmático.
Retrocedamos 30 años. En 1992 se desmembraba irremediablemente el imperio soviético, ventana de oportunidad que aprovechó la OTAN para cooptar a tantas repúblicas exsoviéticas como le fue posible. La OTAN se expandió de 16 miembros en 1989 a 30 en 2004, es decir, 14 nuevos miembros todos ellos exsoviéticos. George Keenan, considerado el padre de la primera Guerra Fría (desarrolló la famosa política de Contención), pronosticó al aprobarse en 1998 la expansión de la OTAN que esto acabaría en una nueva guerra fría; Rusia no iba a quedarse de brazos cruzados. Según Keenan se trataba de un trágico error expansionista.
Ahora, el que ha divisado la dichosa ventana de oportunidad es Putin, aprovechando que Estados Unidos está dividido en dos mitades muy difíciles de reconciliar y con una política exterior que ha provocado una segunda Guerra Fría con China. Así que ha puesto en marcha su proyecto de reconstruir Rusia como la gran superpotencia que siempre fue. Pero no mediante políticas constructivas que hagan atractiva la idea de formar parte de su área de influencia (sabe que la mayoría de habitantes de esos países, puestos a elegir, prefiere optar por la Unión Europea y la OTAN) sino forzando un cambio de régimen y poniendo en su lugar gobiernos clientelares afines a la madre Rusia. A la vez que se alía con China en la nueva guerra fría.
Putin no quería una guerra caliente que puede perder. Tenía la vaga esperanza de que la Unión Europa dejase solos a los americanos y se pusiera de acuerdo con él en recrear una estructura de seguridad europea más balanceada. Pero en su fuero interno debía tener claro que Europa no podía dar tamaña muestra de debilidad y puso a punto un plan B que ha activado en el momento en que comprobó que el plan A no iba adelante. El resultado ha sido una guerra caliente en pleno suelo europeo; al contrario de la primera Guerra Fría, donde este tipo de confrontaciones se ventilaron en remotos países asiáticos u Oriente Medio.
Toda una tragedia que se deriva del miope aprovechamiento de las ventanas de oportunidad que se van presentando. Indiqué hace algunas semanas que Ucrania me recordaba cada vez más a la Corea de 1950 y en el momento en que escribo no podemos saber si se convertirá en la Corea del siglo XXI, cuya guerra terminaría tres años después en un armisticio (nunca se ha firmado esa paz) y dos Coreas irreconciliables. En todo caso el mal ya está hecho y de momento tenemos una segunda Guerra Fría entre manos. Hay ciertas cosas que la humanidad no aprende o, mejor dicho, que aprende al culminar la tragedia pero que la siguiente generación las desaprende. Guerra y paz, cómo sabía Tolstoy, son las dos caras de la moneda histórica desde la noche de los tiempos. La historia siempre parece llegar a un punto donde las dos partes de un conflicto se convencen de que no les queda otro recurso que recurrir a la guerra. A esta la llaman el 'último recurso', una afirmación retórica para calmar los ánimos del pueblo que habrá de pagar los platos rotos cuando se desencadene; pero lejos de ser el último recurso es una espada de Damocles siempre pendiente de nuestras cabezas, hasta que una de las partes decide cortar el nudo gordiano.
La política, mecanismo para dirimir por vía pacífica los conflictos irresolubles entre intereses irreconciliables, tiene que estar muy bien engrasada para cumplir su función. En el momento presente, la política está tan desprestigiada a escala nacional e internacional que consume todas sus energías en las luchas intestinas. La fuerza restante es netamente insuficiente para apagar los incendios que se generan. Da como mucho para estar atentos al momento en que se presente una ventana de oportunidad y aprovecharla a fondo. Pero el oportunismo, que funciona cuando funciona, es muy mal consejero para afrontar los retos futuros que exigen visión, planificación, amplios consensos y constancia en el esfuerzo; sin dejarse distraer por el corto plazo. Ande y vaya usted a decírselo a los políticos al uso, sus carcajadas se escucharán del uno al otro confín.
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