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El ojo crítico suele irse siempre a lo peor. Es su instinto, su regularidad. Aprobar algo supone un esfuerzo para superar esa suspicacia inicial. Por ... eso el 'crítico' en general está muy valorado. Si, con tan perruno olfato para los fallos en una obra teatral, una película, un concierto o un menú de altura gastronómica, es capaz de decir algo positivo, eso es que la cosa criticada es realmente buena, pues ha superado el absoluto escepticismo inicial. Hay gente que le saca faltas a todo y, en el ámbito social, como con frecuencia las malas noticias logran más audiencia que las buenas, hay una conocida tendencia a destacar lo negativo y criticable. La conclusión invariable de todo telediario es «qué mal está el mundo», excepto si tu equipo ha ganado o mañana será un día soleado.
Pues bien, he tenido una sensación de ojo crítico cuando, por casualidad, los míos han caído sobre cuatro estadísticas relacionadas con retos fundamentales para el futuro de Cantabria. Son datos que, en cierto modo, señalan dónde estamos al cabo de cuarenta años de autonomía y de veinte años de siglo XXI en los cuales una cierta manera de hacer las cosas ha predominado claramente.
Los mencionados asuntos fundamentales son: las emisiones de gases de efecto invernadero, es decir, contribución al cambio climático; el índice DiGiX de transformación digital de las regiones españolas; y los gastos de I+D y de actividades innovadoras referidos al ejercicio de 2019. Todo ello pre-covid y por tanto sin resultar afectado por la alterativa pandemia. Y todo cortesía de BBVA Research o del INE que dignamente preside un profesor cántabro.
En emisiones de GEI, según el informe emitido el pasado junio, proporcionales al tamaño de la producción económica, Cantabria era la tercera comunidad más contaminante de España, solo por detrás de Asturias y Extremadura. Sin duda se debe a la necesidad de transición a usos más limpios en grandes instalaciones industriales, pero la cifra refleja que no se ha hecho prácticamente nada para solucionarlo. En este asunto, la sensibilidad de Cantabria para el que hoy es problema número uno del mundo ha sido menos que escasa. En transición ecológica partimos de muy abajo y por tanto se necesitará un esfuerzo (en costes) comparativamente mayor. Esto también nos muestra la total inoperancia de la política ambiental en la legislatura anterior. Tenemos sobreproducción de predicadores y déficit de sembradores.
En el DiGiX, informe también de junio, Cantabria es la última de la fila autonómica. Para un indicador máximo de 1 y mínimo de 0, el líder Madrid está en 0,78 y el colista Cantabria anota 0,46. La media española es 0,62. El suspenso es enorme, porque no se trata de un índice simplista, sino de una combinación de seis criterios clave. En transformación digital somos el farolillo rojo.
Si pasamos al INE y buscamos el gasto interno en investigación y desarrollo, vemos que es de solo un 0,83% del PIB de Cantabria, porcentaje que no se ha movido mucho en estos años y que incluso es inferior al que había en el gobierno que tuvo que gestionar la Gran Recesión.
Además, nuestro gasto supone solo un 0,8% del gasto nacional, cuando nuestra economía es un 1,1% de la española. Estamos estancados y muy por debajo de lo que nos correspondería. No voy a detallar la comparación con la evolución de Castilla y León en este concepto, porque nos saldrían los colores.
En cuanto a gasto en actividades innovadoras en 2019, otro dato del INE, fue de apenas el 0,55% del total español, es decir, la mitad de lo que correspondería a nuestra región en función de su tamaño. Y esto, teniendo universidades, instituciones científicas y algunas industrias grandes o avanzadas. Si no, sería el desierto de Arizona, aunque en verde.
Ahora recapitulemos: si vamos a la zaga en cambio climático, transformación digital, actividades innovadoras y generación de conocimiento científico-técnico, ¿qué se supone que hemos estado haciendo todo este tiempo ante los desafíos más fundamentales del presente? ¿Progresar? Me parece que a veces la propaganda oficial es como un hojaldre, que tiene buen sabor, pero se rompe en trizas a la mínima.
Todo esto viene a coincidir con exámenes de largo plazo que hemos traído a colación en algunas ocasiones. Cuando se observa la tendencia general, resulta que la economía y el mercado laboral de Cantabria muestran grandes dificultades para seguir el ritmo del conjunto de España, y no digamos de algunas regiones dinámicas del entorno. Hay una evidente falta de orientación y de continuidad en los esfuerzos. O no tenemos la gente adecuada para llevar estos asuntos, o la estructura de la autonomía no favorece que se puedan abordar, o las dos cosas juntamente.
La llegada de fondos europeos puede aliviar un tanto estos indicadores. Lo que no va a mejorar es la mentalidad social, que no se cambia con dinero de Bruselas, sino con tomas de conciencia cívica y asunción de responsabilidad desde la base, como simple ciudadano. Si hubiera verdadero sentimiento regional en Cantabria, datos como estos, o los incontables proyectos empantanados, suscitarían un notorio malestar y acalorados debates sobre las reformas necesarias. Pero nada de eso se percibe ni en foros públicos ni en privados, por lo que hay que llegar a la conclusión de que la motivación regional es puramente estético-sentimental, pero no activa ni de futuro. Los jóvenes podrían empujar en otra dirección, aunque entre la pandemia y la hostilidad de los mercados de trabajo y vivienda, lo más natural es que buena parte del talento emigre temporal o permanentemente, como ya viene ocurriendo.
Cantabria da la sensación, pues, de región que se está 'quedando' y cuya ventana de oportunidad para corregir rumbo y el ritmo es pequeña, un ventanuco, y ya estamos en él. Mucha tarea por delante queda, para convertir esos datos tan malos en otros más halagüeños.
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