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Los veranos son cada vez más azules. Duran cinco semanas más que en 1980 cuando íbamos al Sardinero con la chaqueta en la cesta, para ... abrigarnos del nordeste al declinar la tarde de playa. Con acostumbrada frecuencia, el cielo se encapotaba repentinamente y la lluvia convocaba una apresurada estampida hacia el autobús. Regresábamos apretujados en un excitado barullo a bordo de los autobuses dobles, precursores de la falacia MetroTus.
Todo cambia, canta Mercedes Sosa. El recreo estival es ahora más largo, seco y sofocante. Las olas de calor –que aquí llegan más atemperadas– estallan cada vez más pronto. Esta vez en junio, como consecuencia de la crisis climática que seguimos menospreciando. Beba agua, póngase a la sombra. Para sofocar el calor nos aplican paños calientes, puesto que ninguna autoridad toma medidas severas de protección medioambiental. No vamos a las causas, nos limitamos a paliar los efectos. Donde subyace una catarsis medioambiental de peligrosas consecuencias nosotros, incluso, vemos otra oportunidad para prolongar la temporada turística. A costa, también, de nuestro propio recreo estival, cada vez más amenazado por la masificación y el barullo. Ya nos advierten que se avecina –al tiempo– un verano complicado en centros de salud y hospitales. «En julio y agosto no vamos a caber», pronostica Revilla. Así que quiere promocionar septiembre, «el mes que menos llueve del año». También nos quieren arrebatar su sosiego. Todo sea por los temporeros de la hostelería. Aunque Comisiones Obreras denuncia que el aumento los contratos estivales oculta una alarmante precariedad laboral.
Ni siquiera el aire del norte es tan puro como trasmite la épica. 360.000 cántabros, el 63% de la población, respiramos aire con altos índices de contaminación. Menos mal que esto no es la almendra de Madrid central. Para colmo, seguimos talando árboles. Varios de gran porte, según ARCA. Uno que estaba torcido, según la autoridad municipal. El miércoles fue noticia que la alcaldesa plantó un árbol. El jueves taló otro. Esperemos que el compromiso electoral de sumar nueve mil no suponga ir restando los veteranos. Aunque la lectura rigurosa de su semántica matemática anuncia nuevos, no más.
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Ana del Castillo
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