Un verano distinto
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ANÁLISIS ·
Hay reformas estructurales que ya no pueden esperar más, como las relativas a la educación o a la mejora del mercado de trabajoEl verano es, probablemente, la más deseada de las cuatro estaciones del año. El buen tiempo y las vacaciones hacen que estemos más relajados y, ... por lo tanto, más dispuestos a disfrutar de nuestro ocio. La actividad económica suele resentirse pues, salvo en el sector de la hostelería y afines, se funciona a medio gas. Este año, como consecuencia de la Covid-19, las cosas van a ser, en buena medida, distintas. En primer lugar, porque (debido a las múltiples restricciones y a la prudencia) todo lo relacionado con las actividades de ocio se va a ver un tanto mermado y, en segundo lugar, por la menor capacidad de compra de muchos ciudadanos (debido al importante aumento del paro y la pobreza). Aunque en algunos sectores productivos el nivel de actividad está retornando a la normalidad, lo cierto es que, también desde el punto de vista económico, éste será un verano distinto, un verano atípico.
En estas circunstancias considero que, cuando menos, hay dos cosas que deberíamos intentar hacer. La primera de ellas, es prorrogar (de manera selectiva, claro está) la validez de los ERTE tanto cuanto sea posible. Aunque ello incrementará de forma sustancial el endeudamiento público (de lo que habrá que preocuparse en su momento), también reducirá el incremento del paro y la pobreza, aliviando así el día a día de muchos ciudadanos. La segunda, íntimamente unida a la anterior y tratando en todo caso de no pecar de chauvinista, es que, al menos este verano, viajemos mucho más por España que por el extranjero. Aunque nunca fui partidario del eslogan que decía «consuma productos españoles», tengo que reconocer que, aquí y ahora, no es una mala opción. Cuando la situación mejore podremos volver a diversificar nuestros destinos vacacionales y la procedencia de los bienes y servicios que consumimos, pero, por ahora, concentrarnos en lo nuestro me parece que podría ser positivo.
Aunque a corto plazo su impacto será más reducido, el ámbito de las reformas estructurales recientemente mencionado por el Gobernador del Banco de España es, asimismo, muy importante y deberíamos prestarle mucha más atención si de verdad queremos que nuestra economía sea más resiliente y se pueda adaptar mejor a grandes choques como el que estamos viviendo. En palabras de Hernández de Cos, es necesaria «la puesta en marcha, de manera urgente, de una estrategia ambiciosa, integral, permanente y evaluable de reformas estructurales y de consolidación fiscal».
Pues bien, así como el asunto de la consolidación fiscal habrá que abordarlo de forma decidida cuando la situación económica muestre señales claras de mejoría, el de las reformas estructurales habría que enfrentarlo ya. Este es, para bien o para mal, uno de esos temas sobre los que en teoría todos estamos de acuerdo, pero que, en la práctica, nunca termina de cuajar. La razón habitualmente dada para que esto sea así, que no deja de ser un buen ejemplo de sofisma, es que en las épocas de crisis es muy costoso, social y económicamente, abordar tales reformas, y que en las épocas de auge, cuando todo va bien, no hay ninguna necesidad de reformar nada.
Sin embargo, y como he manifestado en otras ocasiones, son varias las reformas estructurales que habría que emprender ya. Arrimando el ascua a mi sardina profesional, una de ellas es la reforma educativa en los niveles de enseñanza secundaria, formación profesional y universitaria, con el fin de lograr que seamos ciudadanos más cultivados y más productivos; unida a una mayor atención (e inversión) en I+D+i podría convertirse en la piedra filosofal para nuestra economía. Otra imprescindible, aunque haya algunas discrepancias en la dirección por la que debería transitar, es la del mercado de trabajo, para evitar los fuertes vaivenes en el empleo y desempleo y para reducir considerablemente la precariedad. La de las pensiones es otra de las reformas que lleva mucho tiempo en cartera y que, al no abordarse, se hace cada vez más urgente y necesaria.
Aunque son muchas más las reformas pendientes (la energética, la fiscal, etc.), las mencionadas se encuentran, sin lugar a dudas, entre las más significativas. Abordarlas, sin embargo, requeriría un elevado espíritu de consenso entre las distintas formaciones políticas, los agentes sociales y la sociedad civil. Y, pese a que, en los dos últimos casos, tal consenso sería difícil, me parece que sería posible. Mucho menos optimista soy en relación al primero, dado el penoso ejemplo que, hasta ahora, están dando todos los partidos políticos.
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Ana del Castillo
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