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El pregonero de Semana Santa ha proclamado que la fe conlleva dudas «pero debemos buscar la verdad hasta la muerte, y solo después la observaremos». ... Ignorando cierta contradicción –quien profesa fe ya ha encontrado su propia verdad– establece semejanza con el universo civil, donde lo más cercano a la verdad es la justicia, con sus propios catecismos y penitencias.
Si en cuestión de fe solo verificaremos su verdad al final del viaje, desde la justicia en ocasiones la revelación también llega tarde, cuando no se puede reparar ni resarcir.
A Revilla y a Mazón, en cambio, les pasaron muy rápido la cuenta –multa mileurista– del arroz que se comieron presentando una obra del puerto de Comillas en cuaresma electoral. Con más astucia, la alcaldesa de Santander acude a fiestas que oportuna y espontáneamente organizan unos jubilosos vecinos para celebrar las escaleras mecánicas. Ellos ponen el arroz y ella se hace la foto.
Otras veces, los veredictos no llegan a tiempo. La justicia ha dado la razón a Rosana Alonso, a quien su partido, Podemos, suspendió de militancia e impidió que compitiese en las primarias, alegando que encubrió un presunto caso de acoso laboral. Nombrada otra candidata, sin esperar sentencia, no parece posible una justa reparación.
Escasamente reivindicada la verdad del caso Antonio Mantecón ha pasado de puntillas, en contraste con las trompetas que pregonaron lo que resultó ser un mayúsculo atropello. El PP se ha pasado la legislatura llamando tránsfuga a un concejal que no lo es. A quien empujaron –con excesivo celo y notorio regocijo– al limbo donde, según el juez, no debe militar. Fue expulsado de un partido al que no pertenecía y aquel smartalcalde, tan neutral con aquel soberbio 'Tatianazo', llegó a insinuar que «podría haber intentado» –¡ay!, se lava las manos Pilatos– desviar dinero. A ninguna parte, como finalmente se acreditó.
Dicen que la verdad siempre acaba por salir a la luz, pero nunca se propaga a la misma velocidad que la infamia. Los creyentes confían en el juicio final. Otros escépticos, como Amelia Valcárcel, sueñan con un cielo laico que repare injusticias e impunidades.
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