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Permítanme empezar este artículo haciendo referencia a una frase de Hannah Arendt (1906-1975): «Nadie ha dudado jamás que la verdad y la política nunca se llevaron demasiado bien, y nadie, por lo que yo sé, puso nunca la veracidad entre las virtudes políticas». Siempre ... hizo hincapié en la sospecha de que existe una guerra inevitable entre la verdad y el campo político. «Los hechos dan forma a las opiniones y la libertad de opinión es una farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos». Algo en lo que todos estaremos de acuerdo es que es cada vez más difícil de encontrar.
El embustero o el mentiroso es un hombre de acción: «No tiene problemas para aparecer en la escena política; su gran ventaja es que, por así decirlo, siempre está en medio de dicha escena; es actor por naturaleza; no dice las cosas como son porque quiere que las cosas sean distintas de lo que son, esto es, quiere cambiar el mundo. Mentir es una forma de acción, lo que conlleva asociar la mentira con la más alta capacidad humana, propia de la vida política, puesto que la mentira intenta cambiar la crónica, cambiar el mundo». Consecuentemente, el embustero es un hombre de acción y reconoce su propio terreno en el campo de la pluralidad política, mientras que el hombre veraz nunca, o casi nunca, pretende cambiar el mundo sino simplemente decir lo que es y aceptarlo tal cual es.
Tal es entonces la definición elemental de la mentira: un acto del lenguaje que, con la intención del engaño, pone en escena una descripción del mundo -de hechos, sucesos, actos- que no coincide con la realidad; en otros términos, es una inadecuación voluntaria entre lo dicho y su referencia, entre las palabras y las cosas.
Esto ha provocado que a lo largo de la historia permanece flotando en el ambiente y en las conciencias de los ciudadanos: la sospecha, la desconfianza hacia lo que se nos dice y se nos escenifica en el espacio público. Y su efecto, como veremos, no se traduce en la búsqueda de la verdad, sino todo lo contrario.
Siempre se llega a un punto a partir del cual la mentira resulta contraproducente. Dicho punto se alcanza cuando la audiencia a la que se dirigen las mentiras se ve forzada, para poder sobrevivir, a rechazar en su totalidad la línea divisoria entre la verdad y la mentira. Por ello una situación de pandemia se torna peligrosa al efecto.
Las modernas mentiras políticas son tan grandes que exigen una completa acomodación nueva de toda la estructura de hechos. Esta completa acomodación aparece como una posibilidad gracias al fenómeno relativamente reciente de la manipulación masiva de hechos.
La mentira moderna depende de la sociedad. Me imagino que os rondarán por la cabeza las noticias falsas, pero si tenemos en cuenta que cuando Hannah Arendt escribió sobre ello aún no existían las redes sociales, hace aún más preocupante la situación actual.
De esta manera, la mentira moderna necesita del conjunto de instrumentos de manipulación y propaganda. Y, por otro lado, aludir al necesario concurso del gran número de personas para sostener una mentira que está dirigida contra el conjunto de la sociedad. Que la propaganda y la manipulación sustituyan una realidad por otra, que sean muchos los que colaboren en esa sustitución y que los mismos mentirosos se manejen en el mundo compartido como si la realidad fuera la que ellos mismos han inventado, aspectos que parecen ciertamente necesarios para que una mentira que ataque hechos conocidos públicamente sea eficaz. Por lo que se atribuye un carácter activo a la sociedad cuando nos referimos a la mentira moderna. En este sentido, podía corroborarse un tradicional prejuicio del sentido común de acuerdo con el cual es la mentira, mucho más que la verdad, la que halla en el campo de la política un lugar propicio donde se despliega naturalmente.
Aunque de estas realidades surgieron los totalitarismos, no es menos cierto que también se dan en las democracias. Algunos de esos elementos persisten, y la posibilidad de que surjan las mentiras políticas modernas u organizadas es uno de ellos. Pero la eficacia de las falsedades lanzadas a gran escala conlleva lo que parece ser un remedo de la acción política, cuando esta parece impotente, en contextos de democracias en crisis de legitimidad. Dicen que de esta pandemia tendremos que salir aprendiendo muchas cosas, por otro lado, creo que tenemos que tener en cuenta que hasta el hombre más veraz en el momento en el que se mete en política convertirá la verdad real en una verdad de facto influida por un interés político, da igual de qué tipo o clase sea, por lo que sería importante que saliéramos siendo más autocríticos y aprendiendo a buscar la verdad, no la que nos dan, sino la que siempre se encuentra en fuentes fiables y contrastables, no creyendo sólo la que nos quieran imponer, esa es la verdad real.
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