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Un viejo adagio castellano nos advierte de que «los caminos trillados son ciertamente los más seguros, pero no esperes cobrar en ellos mucha caza» ... . Así se define muy bien el comportamiento de determinadas publicaciones que sin duda prefieren la selva. Se trata de revistas que juegan con el 'amarillismo', mal llamadas del corazón (aunque suelen hacer referencia a otros órganos menos nobles) y por mucho que se desee evitarlas no se puede. Es verdad que uno quiere eludirlas, créanme ustedes pero, aparecen ante nosotros por cualquier resquicio apenas nos descuidamos. Se suelen acompañar de efectos ópticos llamativos, generalmente fotográficos, sobre personas más o menos conocidas mostrando su desnudez (en casi todos los sentidos), utilizando trucos visuales, a veces difamatorios, y muchas veces distorsionados para conseguir 'su' realidad y 'sus' objetivos. Mucha gente los venera como si del 'Libro de Kells' (biblia del mundo celta) se tratara.
Si el oído tiende a ser perezoso, añora lo familiar, y le repugna lo inesperado, el ojo por el contrario propende a la impaciencia, lo admite todo, busca lo nuevo y se aburre con la repetición. De ahí el éxito semanal o mensual de tales 'novelandos'. Hace unos días, cayó en mis manos una de esas revistas aprovechando nuestro medio confinamiento en nuestra media desescalada, que tanto mal hace a algunas cosas, pero que tanto bien significa para la lectura sosegada con tiempo libre, pero desde luego también puede producir daño si es indiscriminada como es el caso. Su lectura fue toda una experiencia, ¿aterradora? Comenzaba con una sección sobre consejos útiles de moda: «Es recomendable para esta época el uso del trío de primavera», y a continuación lo aclaraba convenientemente «chaleco, bermudas y mocasines», que bastante poco original e innovador parece.
A continuación, la publicación se atrevió, como tantos otros medios, por cierto, a dar consejos vacuos e imprecisos sobre salud ante la pandemia vírica en la búsqueda de un mejor manejo de su profilaxis e incluso de su tratamiento. En las cuestiones de salud, que siempre estuvieron en manos del médico, opina todo el mundo con descaro: internet, los vecinos que tienen un sobrino enfermero, la auxiliar sanitaria o la cuidadora emocional de los mayores. Conceden largas peroratas sobre salud tan ignotas como bienintencionadas o atrevidas, tan equívocas como temerarias y limitadas sobre el comportamiento del virus Covid-19 que como médico, al escucharlas, siempre me defraudan o me sonrojan o me enfurecen o las tres cosas a la vez.
¿No se podría poner orden en los medios (sobre todo en la televisión) y así evitar este «batiburrillo» de opiniones poco solventes? ¡Y no había llegado en mi lectura a la secuencia más desagradable o aterradora anunciada! De pronto, ante mis ojos y bien explicado/justificado aparecía una descripción de situaciones abyectas y declaraciones descarnadas sobre los ancianos que de forma grotesca denominaba 'la nueva gerontofobia', tratando de explicar lo inexplicable, haciéndose eco de varios execrables comportamientos ciudadanos. Y ahí aparecía una vomitiva retahíla de imprecaciones, y acoso efectivo que algunos desalmados ejercitaban sobre los ancianos, repudiándolos, cruzando de acera para no correr «riesgo de contagio», imprecándoles en determinados vecindarios o directamente insultándoles. Todo ello, ante mi estupefacción: ¿Puede ello ser real? ¿Puede existir tanta inquina?
Decía Concepción Arenal: «Cuando no comprendemos una escritura, es preciso rápidamente declararla maléfica, absurda o superior a nuestra inteligencia y generalmente se adopta la primera determinación». Así, claro, en este caso y en otros muchos porque estamos ahora mismo en la etapa más álgida e incomprensible de lo que nuestra sociedad simplifica con la denominación de 'fake news' y que admitimos en nuestra convivencia como si tal cosa: mentir, engañar, cambiar a beneficio, intrigar o embrollar para hacerlo todo incomprensible es ya un hábito pernicioso, a través de las noticias 'fake', en nuestra sociedad tan contaminada que asimismo las genera, las admite o las niega a conveniencia.
En cualquier caso, siempre se olvida la búsqueda del responsable de la noticia falsa, lo que no deja de ser un signo indirecto de aceptación o complicidad sin advertir que tal dejación es destructora del funcionamiento social: en los negocios, en la relación entre personas, en la vida, es aniquilador de la imprescindible confianza en el sujeto o en los gobiernos. Y si además afecta al mundo de la política, de la comunicación y de la información atrapándoles en monopolios, ¿en quién confiar?
La mentira se ha hecho hueco en nuestro comportamiento social y al ser admitida a nuestro alrededor sin reprobación hemos entregado probablemente la mayor de nuestras fortunas, la Veritatis Splendor (Encíclica. Juan Pablo II. 1993) olvidada como referencia y el comportamiento moral de la verdad entendida como distinción de honradez cueste lo que cueste ha desaparecido. Y es triste, porque precisamente lo honrado, la verdad, agrupa igualándole a toda persona de bien, rica o pobre. Sólo la iniquidad, los virus o la muerte tienen este carácter democrático, que afecta por igual téngase la condición que se tenga.
No debe de olvidarse, como tampoco lo olvidarán los ancianos que a esas alturas de su vida ya no buscan el travieso y poético juego de pintar el color del viento y ver las florecitas del campo y los pajaritos cantando. Saben de la vida, están curtidos, conocen muy bien quien les insulta o les miente…. Y son más de seis millones y medio.
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