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La sabiduría popular, la observación de las costumbres que hicieron nuestros abuelos, ha producido muchos refranes y dichos relacionados con el vestido; entre otros: 'El hábito no hace al monje', 'Aunque la mona se vista de seda, mona se queda', 'Buen porte y buenos modales ... abren puertas principales', 'El buen traje encubre el mal linaje'; y también se advierte 'Las apariencias engañan'.
En relación con el cambio de imagen y el cuidado de la indumentaria, podemos fijarnos en las transformaciones de los políticos. Así, por ejemplo, hasta hace poco el líder de la izquierda Pablo Iglesias se presentaba ante las cámaras con 'ropa de calle': camisa abierta, un jersey cualquiera… Por el contrario, a medida que ha ido ocupando puestos de mayor relevancia institucional se percibe un cambio, poco a poco aparecen las chaquetas –cada vez más formales– ahora las camisas están planchadas, en ocasiones surge una corbata –aunque todavía con el nudo poco formal–. Pero, claro, hay que «comunicar». Por eso, el primer día llevó pantalones vaqueros al Consejo de Ministros ('No se dan puntadas sin hilo').
Un caso que me llamó la atención fue el que la prensa denominó 'El crimen de los tirantes'. Según las crónicas, el acusado, después de una discusión, agredió a un individuo causándole la muerte. Al parecer, el desencadenante fue que la víctima llevaba unos tirantes con la bandera española. El jurado le declaró culpable de homicidio imprudente, señalando que actuó por odio ideológico. Pero voy a la apariencia que es lo que nos ocupa; cuando el agresor fue detenido llevaba varios 'piercings' en el rostro, junto a los labios; unos grandes aros perforaban los lóbulos de sus orejas; el pelo, con un corte próximo al estilo de los mohicanos, lucía grandes rastas, una perilla y unas largas patillas; por otra parte, al cuello llevaba un pañuelo de los llamados 'palestinos'.
Pues bien, en el juicio el detenido apareció con un aspecto totalmente distinto. No llevaba pendientes, el pelo estaba bien cortado y la camisa parecía sacada de la publicidad de El Corte Inglés. El cambio de apariencia era tan llamativo que el abogado de la acusación advirtió que con esa radical transformación pretendía dar la imagen de una persona 'normal', de 'orden', y así influir en el veredicto final. El argumento lógico es el siguiente: ¿cómo va a cometer un crimen una persona tan educada, tan correcta, tan modosa, tan… bien vestida?, (en muchas películas hemos visto que el abogado aconseja al detenido: «Para el juicio de mañana quítate esa ropa y ponte esta chaqueta y esta corbata, y te afeitas y te cortas el pelo»).
A pesar de que la globalización cultural y la mayor igualdad social ha provocado una gran uniformidad en la forma de vestir (ya no están tan marcadas en el atuendo las diferencias de edad, sexo, clase social, oficio, actividad y acontecimiento social), todavía pueden observarse variaciones significativas. Así, siguiendo con la esfera de la política, podemos percibir que, en general, los miembros de partidos políticos próximos a la derecha visten de forma distinta de los que se sitúan a la izquierda (por ejemplo, los primeros aprecian más el traje de chaqueta y la corbata).
Efectivamente, puede decirse que «por sus ropas les conoceréis». Las órdenes religiosas visten diferentes hábitos; así, entre otros, los dominicos llevan un hábito blanco, los agustinos negro, los carmelitas marrón. También para diferenciarse, y con diverso simbolismo, utilizan capas, capuchas, cinturones, cordones, rosarios, crucifijos, sandalias… El color negro alude a la muerte y la penitencia, el blanco a la pureza de Cristo, el marrón a la tierra. El cordón con tres nudos que llevan los franciscanos recuerda las tres promesas: pureza, castidad y obediencia; vistiendo una tela tosca, sencilla, y calzando sandalias con los pies desnudos se quiere mostrar la humildad, la pobreza, el contacto directo con el mundo.
En los ejércitos, los distintos rangos y ocupaciones se muestran con la variación del uniforme: el corte del traje, el color, el tipo de sombrero, el calzado, el cinturón, las hombreras, las medallas, las banderas… sirven para distinguir a un militar de otro.
Las funciones sociales del vestido son muchas y muy importantes. Es conocido: nos vestimos para adaptarnos al medio ambiente, pero también, y es lo que hoy nos importa, para comunicarnos con los otros. Con la ropa, los adornos y múltiples complementos decimos quién somos, a qué grupo pertenecemos, cuál es nuestra personalidad y estilo de vida, y cómo nos deben tratar.
Son muchas las señales que ofrecemos a los otros: el color del vestido, el estilo, el corte, la marca, el tipo de tejido; los sombreros, pañuelos, lazos, guantes; los anillos, collares y pulseras; los diversos cortes de pelo; la pintura de los ojos, labios, rostro; los tatuajes en diferentes partes del cuerpo…
Con esos indicadores comunicamos de qué tribu somos, cuál es nuestra categoría social y nuestra posición económica. También indicamos cuál es la actividad que vamos a hacer y en qué acto social pensamos participar: nos vestimos de forma distinta para asistir a una boda, para un funeral, para ir a trabajar o para ir a la playa. En todas las culturas existen normas relativas a la indumentaria que debe utilizarse en las distintas circunstancias sociales. La idea es sencilla y fundamental, si todos los miembros del grupo cultural cumplen con las normas sociales del vestido se facilitan las relaciones y se evitan conflictos.
Como digo, el vestido y los adornos sirven para dar una imagen de quién somos. Pero también son una máscara y, en este sentido, sirven para aparentar y para engañar.
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