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Ha sido la muerte de Félix Casas, 'El Capitán Tan' de los Chiripitifláuticos, la noticia que me ha llevado a recordar su famosa frase; «En mis viajes a lo largo y ancho de este mundo…». De los viajes, siempre se saca algo ... ; anécdotas, reflexiones, encuentros, contactos, momentos de asombro, percances, de todo puede ocurrir cuando uno va de un sitio para otro.
Los primeros viajes eran familiares, en un Citroën 2cv al que denominábamos 'Fabiola', nombre de la reina de Bélgica, muy señora, española y católica ella. Conducía mi madre, de copiloto iba la abuela, cuatro niños de pasaje, muchas maletas y mil cosas más. Recorríamos el país para disfrutar las vacaciones en el solar paterno.
En aquel tiempo, aquellos viajes unían. No importaban las horas, no había áreas de servicio, se paraba de ciento en viento y se llegaba cuando se podía. Cantábamos las canciones de Manolo Escobar o aquella de los elefantes balanceándose, «contábamos mentiras» y saludábamos a los camioneros. No nos quejábamos, (había gente que iba en Seiscientos), tampoco se hablaba de fútbol ni de política, éramos pequeños y todavía el horno no estaba para bollos. Después, recuerdo una excursión a Portugal de seminarista. En aquel viaje nos robaron en Lisboa, experiencia por lo visto común. Para la historia también quedó la frase de Nemesio, formador nuestro, cuando al dar un portazo a la furgoneta nos soltó aquello de ¡pinche, la vas a hacer giratoria! Viajar, viajar vino después, con las excursiones de fin de curso con los alumnos de COU y 2º de Bachillerato a Praga, Viena, Varsovia, Roma, Florencia, Venecia, París, Sicilia, Ámsterdam, Colonia, Gante y Brujas. El P. Herminio, dándome una palmada en la espalda me dijo algo iluminador en Barajas la primera vez: «Te acompaño en el sentimiento». Ciertamente era más joven y muy inconsciente. Después vinieron muchas excursiones y una única misión, no perder a ninguno de los que el director de turno me encomendó, con una condición no menos importante, «no traer ni más ni menos de vuelta».
He conocido conductores, guías, directores de hoteles y policías, me he peleado con casi todas las agencias de viajes, he tenido que requisar botellas de whiski Chivas para vaciarlas en el jardín, mientras el profesor de Biología gritaba desaforado en mitad de la noche ¡A las planta, no!, ¡A las plantas no! Ha pasado ya mucho tiempo de eso, y no lo echo de menos, mis viajes ahora suelen ser a Quintanilla de Babia donde me pierdo «pintando algo», haciendo bricolaje y sustituyendo al párroco. De fondo queda la certeza de que más allá de fronteras y razas, todos estamos hechos del mismo barro, siendo capaces de lo mejor y de lo peor. Con los años llego incluso a la conclusión de que son mucho más graves los pecados de cintura para arriba que los de cintura para abajo, quedándose estos últimos al final en un añorado recuerdo. Después de mis viajes a lo largo y ancho de este mundo, queda el que nunca acabaré «el viaje interior», pero eso es otra historia.
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