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Éramos felices… y no lo sabíamos», se decía en una columna periodística en los peores momentos de la pandemia, y a mí me vuelve esa ... frase día a día al comprobar lo poco que apreciamos lo que tenemos. ¿Recuerdan qué sentimiento tan terrible el de no poder salir a la calle en libertad ni atender a tus familiares, todo el día con la mordaza puesta, con la cabeza perdida en la catástrofe, en la ruina, en la desesperanza? A veces con rabia o con pena, pero fue un gran momento para entender la importancia de la política en nuestra vida cotidiana, lo difícil e ingrata que puede ser la tarea de gestionar los riesgos colectivos y conseguir que hospitales, policías y servicios esenciales sigan funcionando.

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