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La primera visita a Kiev de los mandatarios de las tres principales potencias de la UE -Olaf Scholz, Emmanuel Macron y Mario Draghi-, acompañados por el presidente rumano, Klaus Iohannis, permitió inferir ayer las diferencias latentes entre las necesidades de Ucrania y la impaciencia de ... los gobiernos europeos más deseosos de dar por finalizada la guerra de Putin. Su viaje a Irpin para constatar 'in situ' la masacre perpetrada por el Ejército ruso y el sacrificio de los ucranianos que frustraron el propósito del Kremlin de apoderarse de su capital desmontó sus argumentos. Porque ningún país comunitario puede anhelar la paz más que la propia Ucrania. Ninguno de los 27 padece en su economía y en su bienestar lo que padecen los ucranianos en vidas segadas, en existencias rotas, en un éxodo forzoso y en la destrucción de hogares y del tejido productivo. De ahí que los líderes de Alemania, Francia e Italia no pudiesen más que mostrar la solidaridad europea hacia los europeos de Ucrania «hasta la victoria».
Hubiera sido casi obsceno que, en medio de un paisaje que atestigua las atrocidades cometidas por Moscú, urgieran a Volodímir Zelenski a mostrarse más comprensivo con Putin. Aunque las premuras de Berlín, París y Roma traslucen una idea que los europeos de la Unión debemos sacudirnos ya: que los ucranianos tendrían alguna responsabilidad en la génesis y desarrollo de una guerra que nos es ajena y de la que somos víctimas. Lo que eximiría al régimen ruso de sentarse en el banquillo de los acusados por la Historia. Habiendo, además, sectores políticos que reclaman la autoinculpación de las democracias occidentales por la reacción de Moscú. De hecho, Macron viajó a Kiev mientras se ve atenazado, a izquierda y derecha, por formaciones que quieren una Francia cuando menos equidistante entre Estados Unidos y Rusia de cara a la segunda vuelta de las legislativas.
Es tentador pensar que bastaría con poner el reloj a cero, sin distinguir entre agresión y defensa, entendiendo que la cesión por Ucrania de la cuarta parte de su territorio podría resultar ineludible, aunque no sea justa ni legal, y tratando de convencer a Kiev de que siempre le será mejor quedarse con las tres cuartas partes restantes que acabar en nada. Ello cuando, curiosamente, Putin ha dejado de esgrimir la amenaza de una escalada nuclear. Como si sometiéndonos al chantaje permanente del Kremlin los europeos de hoy y los de mañana mismo fuésemos a vivir mejor.
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