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La conversión de la realidad en objeto de debate ha producido frutos benéficos y no sólo, como temían los apocalípticos, el derrumbe moral de ... todas las cosas. El mundo emerge hoy ante nosotros con un color disminuido, acaso mucho más abarcable de lo que se lo encontraron nuestros antepasados. Creemos (o lo hemos creído hasta la llegada del coronavirus) que la naturaleza está, por fin, domesticada y que las inclemencias de la intemperie ya no resultan definitivas. Bien lo sabían los sabios de la Biblia, que, pertenecientes a sociedades campestres, se atrevían a proclamar aquello de: 'He puesto ante ti la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Escoge, pues, la vida para que vivas, tú y tu descendencia'. Entonces, las cosas eran más sencillas.

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