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CON SOL DENTRO ·
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CON SOL DENTRO ·
«Discuten por todo. Mi impresión es que llevan décadas discutiendo...»Estoy comiendo solo en un restaurante. Una pareja de mediana edad (o sea, de mi edad) se sienta en una mesa cercana. Ya están discutiendo cuando llegan. Han venido, entiendo, a pasar el fin de semana a Cantabria y, bueno, mejor les ahorro los detalles. ... Es una discusión larga, que comienza en el primer plato y se prolonga hasta el postre. Discuten por todo, por el alojamiento, por la comida, por la bebida, por las maletas, por los lugares que visitarán, por el perro que han dejado en el coche, porque «tendríamos que haber traído la leche y el café y las galletas para el desayuno y tú no te ocupaste y ahora tendremos que buscar un supermercado».
Hay en esa mesa, me parece, una persona insoportable a la que todo le parece mal y una persona que encaja. Pero ya se sabe que hay personas que boxean así, encajando. Y de los encajadores tampoco se puede uno fiar demasiado porque encajar puede ser una forma de golpear a veces. Estamos solos en el comedor. Mi impresión es que llevan décadas discutiendo. Lo escucho todo. Es inevitable. Tendría que irme del restaurante para no hacerlo, pero me acaban de traer la crema de calabacín y hace frío y tengo hambre. No hay ni siquiera un triste hilo musical. Escucho la discusión incluso cuando susurran. Porque son capaces de discutir susurrando. No sé cómo lo hacen. A veces se quedan en silencio, y es peor, porque parece que cortan la carne con furia y yo imagino sus músculos tensos y esos cuchillos para diseccionar el lechazo que agarran crispados.
La situación es incómoda, así que saco el ordenador portátil y comienzo a escribir este artículo, solo por desaparecer un poco. No me atrevo a girar la cabeza para echar un vistazo. Uno de los dos, mientras tira el tenedor sobre el plato, dice: «Me da igual que hayamos pagado la casa rural, quiero irme a casa ya». Termino de comer y los dejó allí, discutiendo, mientras pienso que es posible que pasen juntos toda la vida.
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